RECIENTEMENTE se ha publicado el libro La estrategia del pingüino, título que emplea su autor, Antonio Núñez, en alusión a la capacidad de contagio que un componente de la manada tiene sobre el comportamiento de los demás. Trazando un símil, las operaciones policiales contra ETA de las últimas semanas han abierto indirectamente en el entorno de la izquierda abertzale ilegalizada un escenario muy delicado en plena tregua. Al tiroteo sucedido en Francia con un gendarme herido por los disparos de dos presuntos miembros de la banda que se saltaron un control policial se han sumado las detenciones de los hermanos Aitor e Igor Esnaola en su caserío de Legorreta, donde presuntamente gestionaban el mayor polvorín de ETA, sólo comparable con el que fue localizado en febrero de 2010 en un domicilio de Obidos (Portugal). El explosivo debía servir en aquel entonces para montar un atentado contra las Torres KIO de Madrid. Como el perpetrado en el aeropuerto de Barajas. Antes, en 1999 existe otro hito en la lucha antiterrorista. La detención de las furgonetas bomba halladas en diciembre de ese año con destino a Madrid en las que ETA cargó 1.700 kilos de dinamita y otros explosivos. Su objetivo era hacer saltar por los aires la tregua que la banda mantenía con el Gobierno del PP. La bautizaron como la caravana de la muerte. Lo de Legorreta fácilmente se podría bautizar como el caserío de la muerte.
El escenario no es nuevo. Desde que en junio de 2007 ETA rompiera la anterior tregua, las Fuerzas de Seguridad del Estado han desarticulado cuatro cúpulas, dejando atrás a cinco responsables del aparato militar como Garikoitz Aspiazu Txeroki en 2008 o Jurdan Martitegi en 2009 y tres del logístico. No han sido los únicos; con ellos, 430 militantes han sido arrestados y han demostrado primero, que ETA está más débil que nunca y después la poca experiencia de la actual cúpula y de sus activistas. Lo vivido en Francia hace unas semanas con el tiroteo a un gendarme en un control policial o el asesinato del cabo Jean-Serge Nerón hace un año también en Francia es fiel reflejo de las arenas movedizas en las que se mueven. La banda lo justificó en el comunicado con motivo del Aberri Eguna diciendo que “el origen del enfrentamiento estuvo en la actuación de la policía francesa contra nuestros militantes. Ellos fueron los que se acercaron a nuestros gudaris para secuestrarlos”. Pero desde aquel momento, el presidente Sarkozy lanzó un mensaje muy claro a la banda: “la movilización de las fuerzas de seguridad francesas para acabar con los terroristas será total y sin piedad”.
ETA no pasa por sus mejores momentos, ni aquí ni en Francia, y el mapa en el que se quiere situar ahora se torna muy complejo. Primero, porque episodios como el tiroteo se convierten en la primera acción de la banda con heridos desde que decretara el pasado 10 de enero un alto el fuego “general y verificable” y tres meses después deja a ésta tocada. Y sumados al arsenal que escondían en Legorreta desvirtúa “el proceso de solución” del que habla la banda en su último Zutabe pese a que se comprometa a mantener la tregua anunciada en septiembre “con un claro compromiso de superar la confrontación armada”. La pregunta en este punto sería cómo. No hay que olvidar que la respuesta de ETA a la petición por parte de la izquierda abertzale de un alto el fuego llevó tiempo precisamente por la falta de acuerdo en una banda debilitada y dividida. La misma que ha seguido almacenando explosivos. Un estado de debilidad y división que se vio también reflejado en los comunicados de enero, marzo y abril del año pasado, caracterizados por su ambigüedad. Por un lado, apuntaban su conformidad con la propuesta de apostar por vías “exclusivamente política y pacíficas” pero por otro, anunciaban que no renunciaban al terrorismo como instrumento.
Tanto el tiroteo como las detenciones e incautación de explosivos se producen en plena precampaña de las elecciones, donde la izquierda abertzale quería estar presente con una marca propia (Sortu), anulada por el Tribunal Supremo y al final, si no hay novedades, será la coalición Bildu la que trate de hacerse con los votos de la ilegalizada Batasuna. En la tregua de 1998, la plancha de la izquierda abertzale, Euskal Herritarrok, obtenía los mejores resultados de su historia logrando 14 escaños en el Parlamento Vasco y cerca del 18% de los sufragios. Ahora, no lo tendrán fácil. Si ya se les exigía la condena y el desmarque de la violencia de ETA en todo este tiempo; hechos como los que vemos representan una piedra más en el camino hacia la paz. Saben que no estarán en las instituciones si no son capaces de cumplir con la exigencia clave de los principales partidos de convencer a ETA de que lo deje definitivamente o romper con ella. La última vez que se lo hemos escuchado a Zapatero ha sido en la Fiesta de la Rosa en Durango: “han de dar más pasos firmes para alejarse definitivamente de la violencia”. A lo que el dirigente jeltzale Joseba Egibar añadía: “la violencia no se puede admitir como justificación ni en los análisis ni en las hipótesis. Si se rechaza, se rechaza”. Y en eso estamos.
La situación actual que viven ETA y la izquierda abertzale es análoga a la que se enfrentaron el IRA y su brazo político, el Sinn Fein. Sólo cuando los violentos tuvieron la certeza de lo poco que valía la lucha armada se decidieron por la vía política. Hasta ese momento, intentaron vender sus actuaciones a precios desorbitantes en cuantos foros les fue posible: de Londres a Washington. Nadie les creyó y se vieron obligados a escuchar la propuesta del ex líder laborista de Irlanda del Norte John Hume.
Hasta que ETA desaparezca, con sus movimientos, lo único que demuestra es que quiere estar presente en el escenario político. Y la izquierda abertzale ilegalizada es consciente de ello, lo que les hace dudar, igual que la mayoría de los presos de la banda, de que de momento ETA vaya a secundar su apuesta política y no vaya a producirse una escisión como ocurrió con el IRA.
Con sus torpes reapariciones (tiroteo en Francia, detenciones de comandos, Zutabe enrevesados ….) ETA comete el error de frenar las expectativas de paz que tiene la sociedad. Con sus reapariciones, la banda demuestra que va muchos pasos por detrás de la ilegalizada izquierda abertzale. Deja caer al suelo, el tan exhibido ramo de olivo de Otegi ante 15.000 seguidores incondicionales en Anoeta en 2004. Y peor todavía, agota el tiempo de cara a las próximas elecciones y constata el fin de un ciclo de representación en las instituciones. Con el reajuste en el mapa de fuerzas que eso conllevaría. La izquierda abertzale radical ha perdido a un 33% de sus electores en los últimos cinco años.
Futuribles al margen, lo que es obvio es que ETA atraviesa por un proceso de extrema inestabilidad. Y en este punto, sería deseable también que lo que se ha ganado no lo estropeasen algunos dirigentes del PP al convertir su acción de crítica respecto a la gestión gubernamental en cauce para formular graves imputaciones contra el actual Ejecutivo. Durante años ha existido un acuerdo tácito para mantener la política antiterrorista fuera de la contienda entre los partidos democráticos. Para no perjudicar la unidad a la hora de afrontar un problema de décadas. Y aquí, la responsabilidad debe afectar a los dos partidos, cada cual en la posición que ocupe en el juego de una democracia parlamentaria. Lo contrario sería acogerse a la estrategia del pingüino.