AFIRMABA Mariano Rajoy hace unos días que los enviados del presidente Aznar se habían reunido con los representantes de ETA para saber por qué había tregua, no para negociar nada. Le debió asaltar en aquella ocasión una curiosidad espontánea y fuera de lo normal al presidente español para invitar a cenar a los enviados del Movimiento Vasco de Liberación Nacional, como él mismo llamó entonces a la organización terrorista. Así que Rajoy afirmó en voz alta que el Partido Popular nunca ha negociado con terroristas, aunque al menos aceptara de mala gana que Aznar envió a Zurich a tres enviados en aquella ocasión. A hablar del tiempo y de la pesca con mosca. A eso fueron. Menos es nada. Hace falta tener la cara muy dura para decir algo así sin sufrir una descomposición emocional. Lo malo es que con eso nos está llamando también idiotas a todos. ¿No tiene la derecha española líderes un poco más currelas, más presentables y menos mentirosos?

Aznar ha confesado, por otro lado, que es amigo de Gadafi. El dictador libio es, a sus ojos, "amigo de Occidente". Un poco extravagante y extraño, eso sí, pero amigo. Y aprovechando ya que tenemos viento sur, dice que España no va a poder pagar la deuda, y que ojito con lo que hacemos. Lo dice en Nueva York, en la Universidad de Columbia, que por algo se ha buscado amigos que lo pasean de un foro a otro como si fuese un pensador con algo interesante que decir. Otro gran líder de la derecha.

Estas actitudes, las de ambos, Aznar y Rajoy, son vomitivas a los ojos de muchos. Dos paladines del patriotismo español: uno, mintiendo como un bellaco, degradando con ese tipo de actuaciones a toda la clase política, y con intenciones de ser el próximo presidente del gobierno; el otro, poniendo todas las zancadillas posibles no ya al presidente socialista actual (que también), sino a esa patria que tanto ama. Y mostrando sin ambages los nombres de quienes encarnan a sus ojos los ideales de la democracia: unos cuantos sátrapas árabes.

Es Aznar un expresidente del Gobierno español, un poco extravagante y extraño, eso sí; pero expresidente. Un expresidente irresponsable. Y como tal, debería conocer no ya lo que es básico en una persona educada (muchos políticos desconocen eso, por desgracia), sino lo que resulta imprescindible en el recto proceder de quien ha tenido cargos públicos. Un poco de humildad no viene mal: un poco de humildad para saber que cuando a uno se le acaba lo que tiene, se le ha acabado ya. Que cuando ha dejado la mesa desde la que durante unos años tomó decisiones, es aconsejable dejar al siguiente en paz y aceptar que cada cual tiene su momento. Y que hay siempre intereses que están por encima de la persona y por encima del partido. ¿Tan difícil resulta mantener un poco de elegancia? ¿Tan difícil le resulta a este Aznar que nos metió, en contra de todos los acuerdos internacionales, en una guerra cuyo final todavía no se atisba? ¿Es él, precisamente él, quien nos tiene que decir que hay que pensárselo bien antes de ayudar a algún rebelde?

Nuestro pequeño gran expresidente, un estadista de talla internacional, es, en el fondo y en la forma, un perfecto impresentable. Adorna su envidiada personalidad con actitudes que provocan extrañeza, cuando no miedo, en muchas personas. Actitudes que le acercan a un personaje de Berlanga, más que a uno de Bergman. Mucho más cercano al Charlot del bigotito que golpea la bola del mundo que al Bogart de Casablanca. Tanto él como Rajoy, que se postula para ser el próximo, encarnan el tipo de políticos que deberíamos desterrar para siempre de nuestro alrededor: políticos que mienten como si tal cosa, que pierden la medida de su actuación, que no tienen problemas en apoyar listas llenas de imputados y que acaban denigrando hasta la exageración a quienes dedican su vida a la actividad política.

Son los políticos que intentan hacernos creer que todo vale en política, que da exactamente igual todo, que solo bastan los votos y ver quién es capaz de sostener las mayores barbaridades sin que le tiemble el pulso. Es la versión moderna de la España de pandereta que tan bien encarnara aquel Gil de infausta memoria, la representación de la España cañí que reflejan algunos programas de televisión que producen sonrojo y vergüenza ajena, si es que todavía queda algo de esa ética que debe guiar un poco nuestras vidas.

Tampoco estoy pidiendo demasiado. Pero sí, cuando menos, que no nos llamen idiotas a la cara, que tengan un poco de elegancia y que antepongan algunos intereses generales a los suyos propios: ni Aznar ni Rajoy son unos genios, sino más bien lo que la derecha ha podido recoger por aquí. Quizás deberían ser conscientes de ello.