LOS agentes sociales tenemos un plazo para llegar a un acuerdo en negociación colectiva, desde la autonomía de asociaciones empresariales y sindicatos, sin que tenga que intervenir la canciller Angela Merkel que, en su reciente visita no pudo resistirse a darnos una lección de cómo tenemos que acordar nuestros salarios: en base a la productividad, renunciando a la inflación como referente para su subida, en aras de su tan esgrimida competitividad. Para nosotros, la productividad aludida por la canciller es un baremo más y no estamos dispuestos a que se interponga como coartada argumental para recortar salarios.

La canciller, que viene sometiendo a la UE al chantaje del fondo de reserva a cambio de su plan de competitividad, además de un desconocimiento de nuestra estructura salarial, sus condicionantes y acuerdos sobre los que se sustenta, mostraba una falta de respeto a la autonomía de las partes implicadas, contribuyendo con su propuesta a enturbiar aún más el acuerdo que en materia de negociación colectiva se pretende alcanzar. Faltó tiempo para que la propuesta de la alemana fuera aplaudida por el sector empresarial, poderes económicos e ignorantes que desconocen nuestro mapa de negociación colectiva.

Son muy pocos los trabajadores que han conseguido ver revisado su salario en torno al 3% y defender el incremento salarial ligado a la productividad es más un ejercicio imaginativo que real, dado que la falta de información, transparencia y control de la productividad en nuestro país hace de esto un ejercicio prácticamente imposible, sin tener en cuenta la oposición permanente de las empresas a dar un mayor protagonismos a los trabajadores en la gestión y control de las mismas.

La decisión de negociar los salarios en base a la inflación prevista es un logro sindical con un fuerte contenido estratégico. No sólo se hace justicia desde el punto de vista económico, sino que además este proceder se convierte en una de las mejores herramientas para controlar la inflación, ya que la tentación de trasladar el incremento de costes a los precios finales del producto puede llegar a frenarse debido al temor al incremento del IPC. En cierta medida, la negociación colectiva en función de la inflación prevista se puede llegar a convertir en un freno inflacionista. ¿Se olvida Merkel de las fuertes diferencias que en materia de salarios se dan en la UE? La equiparación de las condiciones de trabajo sería la mejor garantía para hacer de nuestras economías las más competitivas del mundo, porque pretender competir a la baja conduce a un empobrecimiento generalizado de la sociedad.

Empieza a ser preocupante la falta de ideas de nuestros dirigentes políticos. Reconocen que los salarios no son un lastre para la competitividad ni de Europa ni de nuestro país y, sin embargo, sólo ven soluciones en aquellos costes directos que pueden ser intervenidos con mayor rapidez. Admitir en un momento de recesión económica que el incremento salarial se fundamente en una mejora de la productividad condenaría a millones de trabajadores a una pérdida de poder adquisitivo que sin duda agravaría la crisis. Nuestro país no está preparado para debates de este tipo. Se necesita, en primer lugar, una labor pedagógica en nuestro tejido empresarial. El concepto que se tiene de incremento de la productividad en la mayoría de las ocasiones se confunde con un aumento de ritmos de trabajo, que normalmente no tiene ningún reflejo en el empleo y, curiosamente, en tiempos de crisis la productividad suele incrementarse. Este es el resultado de calcular lo producido y el empleo existente: a menos empleo, más productividad. Una ecuación maldita.

Una propuesta de este tipo sólo persigue un objetivo claro, acabar con las cláusulas de revisión salarial, rebajar los costos salariales, agrandar las diferencia entre sectores productivos, además de empezar a sentar las bases que justifiquen el proyecto de pacto de competitividad que nos quiere vender Merkel.

La desaparición de la actual fórmula de negociación supondría un enorme paso atrás. Por desgracia, los trabajadores ya nos vemos obligados a tomar decisiones como la congelación salarial para evitar la destrucción y pérdida de empleo. Nadie puede sentirse satisfecho ni cómodo ante estas situaciones y los representantes de los trabajadores tenemos que hacer frente a estas situaciones con mayor valentía ideológica, porque esto no se puede convertir en algo estructural a la hora de afrontar procesos de ajuste. El mantenimiento del poder adquisitivo debe ser nuestro punto de partida, el empleo es un derecho y no puede ser utilizado como amenaza en la negociación colectiva.

La ola del ajuste en la UE continúa y pasa por lo que se denomina "necesidad de adaptarnos a nuestro entorno productivo", pero nadie pone sobre la mesa las enormes diferencias salariales entre los trabajadores de los distintos países, distintas jornadas de trabajo, seguridad y un largo etcétera. Y es curioso que este debate se abra justo cuando la inflación se dispara y los gobiernos son incapaces de controlarla.

En lugar de volver a pasar factura a los a los paganos de la crisis, Merkel debería haber dicho a nuestro Gobierno que se preocupara de recuperar la capacidad productiva y exportadora de nuestra industrias. Meter la mano en el bolsillo de los trabajadores pone de manifiesto la escasez de propuestas resolutivas de nuestros gobernantes, tanto nacionales como europeos.