EL panarabismo surgió en Siria en los años treinta como una respuesta árabe y laica a siglos de ocupación extranjera, primero otomana y después francesa. Su objetivo no podía ser menos ambicioso: lograr la independencia primero, y la unificación después, de todas las naciones árabes. Y no para crear un gran califato musulmán -como propugnaban los panislamistas-, sino para crear una gran república árabe unida. Los árabes habían luchado codo con codo con los británicos para expulsar a los otomanos, pero tras la Gran Guerra lo único que habían logrado era cambiar de manos. Se consideraban traicionados y no iba a ser la primera vez. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial el sueño de la independencia parecía ya hecho, puesto que ni el Reino Unido ni Francia contaban con fuerzas ni fondos para impedírselo. Sin embargo, aun alcanzado tuvo un gusto amargo: la ONU concedía una franja de la tierra que consideraban suya al Estado de Israel. Una guerra mal planificada y peor dirigida condujo a una derrota humillante. Y tras ella, una esperanza: Nasser. Un carismático militar egipcio que se llevó por delante a la corrupta monarquía cairota y empezó a hablar de tú a tú a los gobiernos de los dos bloques. Eran los años de la Guerra Fría y de la esperanza de los No Alineados.

El Baaz, partido creado para encauzar el panarabismo, creció como la espuma y llegó en los sesenta a tomar el poder en Siria, Irak y Libia, donde un joven Gadafi se apuntaba a última hora al sueño de una gran Arabia unida. Unidad, libertad y socialismo, era el lema, y por ese orden, añadían. Sin embargo, a la toma del poder le siguió la ordalía de la prueba de fuego: derrotar a Israel para demostrar y demostrarse su propia fuerza. De nuevo un fracaso y esta vez ya no había a quien culpar. El sueño se empezó a disolver sin haber llegado a cuajar siquiera. No había habido unidad ni libertad y socialismo, el justo. El desencanto prendió entre la juventud. La respuesta fue inmovilismo y mano dura. Los idealistas árabes buscaron el consuelo en otras quimeras: el socialismo soviético y los más, en el panislamismo. El laicismo quedó desprestigiado como todo lo demás que los líderes del Baaz habían tocado.

Un sueño trágico al final del cuál sólo queda el vacío que produce el olvido. Sólo las sombras que todo lo cubren, tanto lo bueno como lo malo que hubo. Y como los sueños que soñamos, que se pierden y se olvidan, éste se hace nada.