hay cifras que pesan como losas. Según se ha sabido esta semana, 151.551 son las personas que estaban en marzo sin empleo en Euskadi, 29.894 de ellas en Álava y 4,3 millones en el Estado. La vicepresidenta Elena Salgado ha anunciado también esta semana la revisión de las previsiones económicas del Gobierno. Y más cifras: prevé que el paro cierre este año a sólo dos décimas del 20% y, según sus cálculos, debería rebajarse al 16% en 2014. En la búsqueda de brotes verdes, el Gobierno espera que el PIB crezca un 2,4% en 2013; Euskadi confía en alcanzar el 2% a mediados de 2012. Dicen las teorías económicas que España empieza a crear empleo cuando el crecimiento económico supera el 2%, así que las perspectivas a medio plazo son bastante sombrías. Todas estas cifras, demasiado frías para trasladar con fidelidad el retrato de la delicadísima situación que atraviesan los miles de parados de este país, dan sin embargo la medida de la pesadumbre con la que esos desempleados -ya tengan experiencia en el mundo laboral o busquen su primer empleo- encaran la búsqueda de un puesto de trabajo. Vitoria acogía ayer en el campus alavés de la UPV la II Feria de Empleo, una cita que congregó a cerca de dos mil jóvenes y en la que se verbalizó algo que es una realidad desde hace tiempo: la máxima de a más formación, más posibilidades de encontrar empleo tiene ahora muchos matices. Así lo trasladaban los representantes de Lanbide: "Hay muchos titulados superiores que se dedican a puestos inferiores a su categoría y los titulados medios, a su vez, van a otros empleos todavía más bajos". No hace falta darle muchas vueltas: no está el mercado laboral como para rechazar trabajos. Sin embargo, el 60% de los puestos ofertados en la feria exigían formación universitaria. Toda una paradoja en un Estado a cuyo sistema productivo se le ha reprochado históricamente la baja cualificación de su mano de obra, que tiene pendiente aún su auténtica revolución de una formación -profesional o universitaria- mucho más imbricada en el tejido empresarial y profesional que, en el camino de vuelta, genere empleo de calidad y no contratos de eternos becarios. Sólo así se puede construir con bases sólidas un cambio de modelo productivo que apueste por la innovación y el valor añadido.