CUENTA la Historia que un día Robespierre comentó a un grupo de políticos: "la cuestión es saber dónde está el enemigo". "Está ahí fuera y lo hemos cazado", le replicó Danton. A lo que Robespierre le reprochó: "Está entre nosotros y lo estoy mirando". Más de dos siglos después, desgraciadamente el debate político sigue girando en torno a la idea del enemigo. Aquí y allá. Y lo insoportable será que antes del 22 de mayo esta situación tampoco nos permitirá saber qué está pasando. Y menos con el debate que ha generado la decisión de Zapatero de no concurrir como candidato a las próximas elecciones generales.

Zapatero lo ha tenido claro desde el primer momento. Era consciente de que hasta ahora el principal problema de su partido para las elecciones de mayo no era el PP, era él. Más concretamente su papel, su función, su lugar en el mapa. Su relevancia. El presidente de las varias capas de influencia, de los círculos de amistades concéntricos como los aros de cebolla, el artista en el manejo de los tiempos, había caído en desgracia desde hace mucho tiempo. Lo que antes le salía bien apenas sin esfuerzo, ahora tornaba en mal hiciese lo que hiciese. Y por si fuera poco, en los últimos meses, también se había debilitado el escudo de protección que creyó haberse construido en octubre, tras la última remodelación de su Gobierno.

Con un Gobierno y un partido desorientados, con las encuestas por los suelos y con el histórico granero de votos en Andalucía en proceso de descomposición tras 30 años de gestión hegemónica y ahora golpeado al menos por unas presuntas masivas irregularidades (el caso ERE) que no cesan, Zapatero ha dado un paso al frente y no ha querido esperar más. Hasta ahora el asunto del candidato para las generales de 2012 seguía sin resolverse y él mismo era consciente de que se había llegado a una indefinición que no reportaba ningún beneficio al partido.

Hasta el momento, lo que le ha castigado a Zapatero no sólo ha sido la crisis, sino la percepción de cómo la ha gestionado. No ha sabido comunicar y cuando lo ha hecho, ha sido tarde. A partir de ahora, el PSOE necesita una estrategia para este final de etapa. Los socialistas se enfrentan al reto de rediseñar contrarreloj una campaña para volver a ganar o mantener los feudos con Zapatero por primera vez como rémora. No son los únicos que lo están viviendo. Tan sólo hay que fijarse en casa, en los resultados electorales en Cataluña; cerca de aquí en Francia con Sarkozy o en Alemania con Merkel. Y un poco más lejos, en EEUU con Obama. En el discurso del estado de la Unión el pasado mes de enero, en busca de un segundo mandato, el presidente marcó la transición "entre un país que sale debilitado de una aguda crisis económica y otro que se dispone a encarar un nuevo tiempo decidido a competir", a extender todo el tiempo posible la supremacía de la que ha gozado durante un siglo. Curiosamente un mes antes, Bill Clinton, Tony Blair y Felipe González en Nueva York invitados por la iniciativa Global Progress analizaban el rumbo que debe seguir la izquierda ante los conservadores. El debate duró alrededor de dos horas y una de las conclusiones fue: "la sociedad ha cambiado, nosotros también debemos hacerlo. Debemos redefinir los principios y adaptarlos al contexto actual".

¿Qué escenario se abre ahora? Por de pronto, en el PSOE ya no hay excusas para unos malos resultados. Los alcaldes y presidentes autonómicos ya no tienen a Zapatero como piedra en el zapato. Y en el PP lo van a tener más difícil. Ya no calará el mensaje de que el presidente es el problema. Con este escenario de fondo, los populares tendrán que hacer una muy buena campaña para convencer a una ciudadanía desencantada de que tiene un programa listo para gobernar. Que tiene propuestas y no sólo reproches. Porque no se puede criticar la decisión de Zapatero cuando Aznar hizo lo mismo (con dedazo) a ocho meses de unas elecciones generales que los populares perdieron.

Ahora Zapatero se va. Lo deja. Y lo hace por responsabilidad como hiciera Felipe González tras la derrota del 96. ¿Quién le sucederá? Si hoy en día se pregunta a los principales dirigentes, no hay debate. La respuesta es Rubalcaba. El mismo que en el congreso del año 2000 respaldó al actual presidente del Congreso. Su valoración en los barómetros políticos del CIS es la más alta, como es tradición en los ministros del Interior. Sin embargo, no es descartable que emerja la figura de Carme Chacón por parte de un sector que rechaza tajantemente que lo de Rubalcaba tenga que ser un trágala. Son los mismos que reclaman la votación de los 300.000 militantes en primarias. Y ante este desconcierto lo ideal para el PSOE sería un tándem. Que la dirección socialista supiera combinar la solvencia, experiencia, dialéctica y el espectro ideológico de centro de Rubalcaba con las aportaciones de Chacón como mujer joven, de izquierdas y ambiciosa. Sólo así se mirará al futuro. Con esta solución el principal problema será saber primero, quién de los dos estaría dispuesto a ceder el paso al otro. Y después: tener la certeza de que probablemente Zapatero haya dejado encima de la mesa no sólo la sucesión, también el reto de saber explicar al electorado una derrota en 2012 y de reestablecer los puentes rotos con su base social. De presentarse nuevamente como una referencia. Al fin y al cabo, explicar a la ciudadanía qué significa votar PSOE.