probablemente tengan razón los doctos ingenieros de Repsol, no lo voy a negar. Faltaría más. Seguro que hay una explicación, aunque el resto de los mortales no alcancemos a entenderla, para cuadrar el desorbitado incremento en las facturas de gas propano que de repente han endosado a los paganos usuarios de una veintena de pueblos del medio rural alavés, muchos de ellos personas mayores y otros muchos currelas del campo que andan mirando el euro como contándole los pelos a un cepillo. Pero no deja de ser una explicación virtual cuyo fundamento reside en los insondables secretos de la compañía energética, porque en la vida real -que es la que se vive en los pueblos alaveses- eso no es ni medio normal. No es normal que una familia tenga que pagar 900 euros en un mes por la factura del gas, ni tampoco que el viceconsejero de turno, Xabier Garmendia, se haga el despistado y luego se deshaga en circunloquios para justificar el desfase. Tampoco es normal que los responsables de Repsol -al igual que las operadoras de telefonía, los bancos, las compañías de seguros o las líneas aéreas- consideren a los usuarios unos mataos, les vacilen impunemente con palabrejos técnicos y les anden tomando el pelo en teléfonos de atención al cliente mientras los ingenieros se parten la caja. Y que la carga de la prueba recaiga siempre sobre los mataos, porque ellos no están para perder el tiempo con chorradas. Pueden decir lo que quieran para vender la burra, pero en la vida real esto no es muy normal.