no se nos ocurrirá blandir el ¡ya lo habíamos avisado!, pues somos una humanidad hermanada en el dolor, pues hay 180 héroes que seguramente sí creyeron en la energía nuclear y ahora están entregando su vida para salvar las de muchos otros. Ya hay un antes y un después de Fukushima. La central siniestrada despide vapores y lecciones con pareja presión. Primero, el alarde de esos casi dos centenares de valientes y, junto a ello, el ejemplo de equilibrio y de paz en el alma de toda esta nación ante la acumulación de desastres. Japón, sus tsunamis, sus reactores dañados, sus nubes invisibles y su tragedia imprevista nos invitan a volver a empezar, a olvidarnos de muchos patrones que hasta ayer regían nuestros destinos.
Antes del debate crucial del tipo de energía, será preciso plantearnos previa y seriamente el sentido de tanta de esa energía. Una vez abandonado todo lo prescindible, iremos a la búsqueda de energías nobles, cercanas, amables, sencillas, autogestionadas, duraderas? Nunca jamás esas tumbas gigantes con el apoteosis en sus entrañas, esos enormes complejos blindados amenazando toda la vida, esa radiactividad letal que se crea pero que no se destruye.
Quien esté libre de pecado del consumo innecesario, tire la primera piedra. Aprestémonos a apagar las centrales nucleares, pero también off a la concepción de la vida como carrera de consumo de bienes que sólo nos sumen en un embaucador espejismo.
Queremos el sol y su energía para iluminar estas pantallas y su calor para calentar nuestros baños. Queremos el aire y sus molinos que alientan y renuevan la vida de las comunidades rurales y ecoaldeas desde sus colinas. Queremos las olas y su potencia desperdigada en la arena.
El dolor grande en la nación del sol naciente acerca ya sus primeras enseñanzas.
Koldo Aldai