LES hablé una vez aquí de la pequeña victoria de un post-it amarillo en la máquina de refrescos. Un triunfo de un humilde papel en la jungla hipertecnológica y superburocratizada del siglo XXI, una conquista de la resistencia pacífica, de la dignidad y la honestidad de la palabra. Recuerden que el movimiento post-it continuó: uno rosa colonizó el artefacto expendedor con menos éxito que el anterior, pero resiste, un año después, expatriado al lateral del trasto, ejemplo de pundonor en la adversidad. Pues bien, les cuento otra inquietante historia. Una horda de bicicletas ha ido ocupando la sala de las máquinas de cafés y refrescos. Ha sido algo discreto. Invernaron tímidas, agazapadas en el fondo del habitáculo. Es lo que tiene V-G, supongo. Pero florece la primavera y el ejército bi-rueda avanza. De montaña o urbanas, hasta alguna con sillita para infantes. La otra tarde conquistaron por fin el cuarto. Me pregunto si no será un espontáneo altar a la green capital, o quizá una movilización protesta por la sistemática e ignorada desaparición masiva de bicis en nuestras calles a manos de amigos de lo ajeno, o simplemente una guerra soterrada entre transporte ecológico y bebidas azucaradas y cafeinadas. Lo que sea, pero ganan terreno. Han adoptado táctica de guerrilla y avanzan en eficaz desorden. El otro día fui a por un café y tuve que desarmar un nudo de manillares para neutralizar la barricada y poder alcanzar la máquina. Me preocupa el post-it rosa. En la tregua del fin de semana he podido comprobar que aún resiste. No sé por cuánto tiempo...