La raza humana no se fía de ella misma porque hubo un principio en el que se rompió su inocencia al querer poseer las pertenencias de su vecino, al que agredió, violó, robó y asesinó, significando que desde entonces Caín y Abel han ido perdurando, precisando conocer con qué protegerse, utilizando invenciones que con el tiempo y hasta hoy se han convertido en armas de todo tipo que utiliza en las guerras que hábilmente provoca con la excusa de ayudar a quienes están rezagados en tecnologías punta, vendiéndoles sistemas bélicos mortíferos con los que defenderse de cualquier hipotética agresión de un supuesto e inesperado enemigo.
De ahí que hoy existe un mercado internacional de armas bélicas de todo tipo, fabricadas por los países más avanzados entre los que está España, y que mueven ingentes sumas de dinero a cambio de vidas humanas que sucumben ante estos sistemas supuestamente defensivos.
Nuestros avances bélicos de alta tecnología abastecen a Oriente Medio, norte de África y otros países, dándonos pie a Occidente a intervenir en sus conflictos con el pretexto humanitario de evitar una supuesta masacre de su ciudadanía, que no quiere aceptar el trato injusto y arbitrario de sus dirigentes por no compartir la riqueza que les proporcionan sus recursos nacionales.
Occidente tiene dos varas de medir, una, la de mimar y engatusar al cliente para que compre, pague y siga consumiendo sus fabricados, y otra, la de frenarlo para que no acapare demasiado poder, como fue el caso de Sadam, Noriega y Somoza, y ahora le toca a Gadafi, y muy probablemente pronto a Chávez, etcétera.
Aún existe la ley de la selva, la del más fuerte, y las guerras son un negocio que sabiendo cuándo empiezan, nunca cuando terminan, y sería peor si el periodismo no se arriesgase exponiéndose al pie del cañón en divulgar al pueblo la verdad, porque la tan ansiada paz mundial es una quimera muy difícil de conseguir.