ayer nombramos hijo adoptivo de Vitoria-Gasteiz a Carlos Abaitua y Lazpita, pero me ha dejado un regusto amargo que lo hayamos hecho como si fuese un trámite más, sin palabras ni razones. Hay gente a la que uno conoce y gente a la que le hubiese gustado conocer. Como persona y como portavoz en este Ayuntamiento de los valores e ideas que Ezker Batua- Berdeak defiende y representa, Carlos Abaitua es una de esas personas a las que me hubiese encantado conocer. Es lo que podríamos llamar un hombre de puertas abiertas.
Como religioso fue un cura de barrio más que de salón y picatostes. De esos para los que la Iglesia es más la gente que el templo. Dejó escritos sugerentes, pero escritos al margen, su mejor obra la dejó en el día a día.
Como vitoriano de adopción se preocupó de esa Vitoria que iba creciendo más allá de la almendra y sus ensanches. De los hombres y mujeres que iban llegando a barrios recién creados como Adurza o Errekalehor, a los que recibió y trató como vecinos, a ese goteo de inmigrantes que construyeron la Vitoria que hoy conocemos. Un hombre de puertas abiertas y sinceras a todos los seres humanos, sea cual sea su condición, origen, raza, color y hasta religión si se me apuran, con una actitud más relacionada con la justicia social que con la caridad mal entendida. Cuando homenajeamos a alguien lo hacemos también a un modelo de persona. Carlos Abaitua y otros como él intentaron hacer de Vitoria-Gasteiz una ciudad más abierta, solidaria y justa. Por eso me he sumado a esta decisión con sumo gusto, como lo hicimos con el reconocimiento del trabajo y la figura de Julia Chavarri el pleno anterior.
Sólo me queda expresar un deseo: que estos homenajes no se queden en un recuerdo que pronto olvidaremos. Que el homenaje sea contagiarnos, aunque sea un poco, del espíritu que vivieron y trataron de hacer real estos hombres y mujeres, que hoy serían tan necesarios.