LA tragedia que está viviendo Japón tras el terremoto de registros escalofriantes y su posterior tsunami ha alcanzado más allá de la empatía propia del momento y toma cuerpo en Europa a través de un debate renacido sobre el futuro nuclear, precisamente cuando esta apuesta energética parecía haber ganado la batalla, si no de la opinión pública, sí de nuestros gobernantes. Anticipo que me parece que al calor de Fukushima y su desastre nuclear, que más que gestarse se está produciendo ya, puede surgir un planteamiento parcial y manipulado sobre la conveniencia del recurso. Entiendo la figura periodística de la comparativa con centrales españolas como la de Garoña, que es sencillamente idéntica en su configuración técnica y de seguridad a la japonesa, pero creo que no es correcto desatar un debate sobre la planta burgalesa haciendo abstracción del desastre natural y su magnitud que ha provocado la crisis radiactiva. Sencillamente, lo veo demagógico.
Pero, como uno es hombre de contradicciones, también reconozco que el planteamiento previo del debate nuclear en España me resultaba igualmente manipulado en sus términos y contenía visos igual de demagógicos. En aras de un presunto economicismo estricto, la conveniencia de apostar inequívocamente por la energía nuclear en el discurso de sus defensores se ha basado en los últimos tiempos en hacer abstracción de los aspectos más cuestionables de esta fórmula energética y construir un discurso muy bien hilado pero a la vez muy poco riguroso.
Empezando por la presunta moratoria nuclear española. Si hoy salimos a la calle a preguntar a los ciudadanos, un buen número de ellos está convencido de que la normativa española impone una moratoria en la construcción de centrales nucleares y esta fórmula de generación de energía no está más implantada porque el Gobierno no lo permite. Se sorprenderán muchos de descubrir que la moratoria nuclear tuvo una vigencia legal entre 1984 y 1997 y que desde esta fecha hasta ahora nada ha impedido a la iniciativa privada promover nuevas centrales. Nada salvo la propia viabilidad económica de la inversión y el dilatado período de coste intensivo que durante ocho a diez años implica el proceso de construcción de la misma.
Lo que nos lleva a la esencia real de la presión pro nuclear, que no es otra que la demanda de fondos públicos con los que sufragar una parte de la inversión para la posterior explotación privada de la central. No deja de ser una estrategia lógica en momentos en los que, además, la financiación de actividades industriales ha visto el flujo de capital reducido a un hilo por parte del sector bancario por razones de sobra conocidas. La campaña furibunda contra las energías renovables se enmarca en este objetivo. Si de algún lugar deben salir los fondos públicos que en un futuro permitan reducir costes a los promotores de centrales nucleares, es precisamente de detraerlos de otros proyectos energéticos subvencionados.
Una política energética clara y una praxis empresarial honesta resultarían clarificadoras. Ambas evitarían los excesos registrados en la promoción de instalaciones solares en pasados años, que en ocasiones han venido a reproducir prácticamente el modelo fraudulento del lino; si este cobraba fondos europeos sin que hubiera transformación de la materia prima -producir para quemar- un cierto número de aquéllas vieron subvencionada una actividad generadora que no realizaban. A cambio, se agita la sospecha sobre el resto de energías renovables, empezando por la más que competitiva eólica, que en las circunstancias actuales del barril de petróleo por encima de 100 dólares genera energía más barata que los ciclos combinados de gas.
En todo caso, ante la dificultad de afrontar nuevas inversiones, el sector nuclear europeo se aferra a mantener activas las plantas que tiene amortizadas. Prolongar la vida de las nucleares se traduce en generar electricidad a coste prácticamente cero para el promotor y precio de mercado a la hora de venderlo. El negocio es redondo y así lo identificó el Gobierno alemán cuando aprobó su propia prórroga de actividad, ahora en suspenso por las dudas llegadas de Japón. La rígida Angela Merkel incluyó en su normativa un impuesto adicional a las cuatro empresas favorecidas con la prórroga que suman 2.300 millones de euros anuales hasta 2016 en compensación por el negocio extraordinario que les proporciona la decisión. Acaba de ordenarla detener momentáneamente y mientras se examina la seguridad la producción en todas las centrales anteriores a 1980.
En la tesitura actual, se perfila una amplia reflexión sobre el futuro nuclear en muchos países europeos, incluida la propia Alemania. Un debate que será tanto más efectivo cuanto más realista. Y entre los términos del mismo habrá que contemplar todos los factores.
Lo asumió Japón hace medio siglo cuando llegó a la conclusión de que su modelo de crecimiento industrial intensivo y fomento del consumo requería de grandes dosis de energía sin que el país dispusiera de materias primas. Midió el riesgo nuclear tanto desde su experiencia como único país del mundo sometido a un holocausto atómico y desde su situación geográfica en el centro del cinturón de fuego de la actividad sísmica asiática. Su conclusión fue asumir el riesgo y hoy vive las consecuencias de esa decisión tras varias décadas de milagro económico atascado desde hace ya varios años.
El debate de la seguridad es, por tanto, necesario y habrá que contemplarlo en su dimensión real porque Europa no es Japón y sus riesgos tectónicos no son aquellos. Pero no es el único. El del coste real de la energía debe afrontarse en situación de crisis y la tentación nuclear es grande.
Para tomar decisiones fiables no cabe esconder realidades: nos hace falta energía más barata que la referencia del petróleo. Empecemos por medir el coste real de cada alternativa. Y para obtener el de la nuclear debemos incluir el coste de la central, el de su seguridad, su tratamiento de residuos y su desmantelamiento. La cifra resultante da la medida real de su precio y hoy no se computan para calcularlo. Al calor de Fukushima debería nacer una reflexión seria, no apresurada pero tampoco acomplejada sobre la apuesta energética del futuro y en la ecuación debemos recuperar del desprecio las alternativas renovables cuyo desarrollo no debe detenerse.