La cuaresma es para los cristianos un tiempo muy especial, en el que nos preparamos para recordar la pasión, muerte y resurrección de quien da sentido a nuestra vida, Jesús de Nazaret. En esta ocasión comenzamos ese período del año con una Carta Pastoral en torno a la crisis, firmada por los obispos vascos. Una Carta que llega en un momento en el que es necesaria una sosegada reflexión. No es baladí que la crisis comenzara hace ya casi cuatro años y sigamos sin ver el final. Lo que nos estamos jugando es la esperanza de nuestra sociedad, de nuestra comunidad y en ese contexto he leído el documento.

La propuesta es valiente. El tema, probablemente no podía ser otro, pero que se haya tomado la decisión de llevar a cabo un trabajo como el que se presenta, pone en valor a la Iglesia y su mensaje. (...) Es, además, un respaldo a quienes siempre hemos pensado que la religión no ha de ser recluida en la vida privada. El diálogo entre la fe y la cultura, entre la razón y la fe es, con toda seguridad, el único espacio que nos ayudará a unos y otros a encontrar los caminos de humanización de nuestra sociedad que -los obispos subrayan- son tan necesarios. Podemos dividir el contenido de la Carta en cuatro bloques que responden a un eje metodológico muy querido a los movimientos de acción católica: ver, juzgar y actuar. Por ello el texto arranca con una reivindicación del hombre, de la mujer, desde una perspectiva antropológica que mantiene una similitud con la que Benedicto XVI ha planteado en sus últimas encíclicas, y que enraiza con la tradición de la Iglesia. Hay que mirar a las personas en su totalidad.

Los obispos afirman que no estamos ante una crisis meramente económica, sino ante un problema más profundo que se hunde en lo más genuino de lo humano, en los valores que nos constituyen. Reconocen que las responsabilidades nos son iguales, pero también afirman que todos tenemos alguna y reivindican las tres grandes cuestiones que en 2008 nos hacíamos: ¿Qué valores?, ¿qué gobierno mundial?, ¿qué modelo de sociedad vamos a legar a nuestros hijos? En este punto es subtítulo de la Carta es relevante: Ante la crisis, conversión y solidaridad.

La Carta mira a la realidad. A las mujeres, a los inmigrantes, a los parados a quienes están sufriendo en nuestros días y los pone en paralelo con las viudas, los huérfanos y los extranjeros, prototipo de la pobreza en el Antiguo y Nuevo Testamentos. Insiste en la dimensión de la pobreza y nuevamente resalta que no es sólo económica, también la estamos pagando con la salud, con el miedo al futuro, con la pérdida de esperanza. El cuadro que dibuja es oscuro, pero tiene también luces en el aumento de la solidaridad, de la preocupación por el otro, de la necesidad de cambio, que aunque con debilidad están presentes en la sociedad.

Excelente es el recorrido por la Doctrina social de la Iglesia: la reivindicación de la ética para una economía al servicio de la persona y su dignidad, cuyo objetivo debe ser el bien común; que tiene en cuenta el destino universal de los bienes y que ejerce la solidaridad; constituye un síntesis de principios que nos han de llevar a un desarrollo que ha de tener como vocación no sólo la dimensión económica, sino a la persona en su integridad. Pero esa persona es un ser social y por ello es necesario construir un entorno sostenible, que respete el medio, la naturaleza y a las generaciones venideras. (...)

La parte dedicada a la cuestión cultural con sus referencias a la "cultura de la satisfacción" y la propuesta implícita a recuperar a Dios puede abrir un debate, ojalá lo consiga, sobre si todo vale o no, sobre si la libertad es absoluta o no, sobre si no habremos reducido al hombre ya la mujer a objeto de uso y disfrute en las distintas categorías de costo laboral o consumidor.

Que en este recorrido se cite en varias ocasiones la Pastoral de los obispos vascos de 1982, escrita también en torno a aquella situación de crisis, lanza también un mensaje al interior de la Iglesia tratando de construir un puente, para algunos seguro que insuficiente, entre nuestro hoy y nuestra historia. Pero volvamos al contenido del Documento.

La Pastoral termina proponiendo "vivir la caridad en la justicia, la participación, la compasión y la solidaridad". El llamamiento es más insistente a la comunidad de los creyentes, pero está abierto a todos, en aras a mirar a los pobres, que son el rostro de la crisis -la opción preferencial por los pobres es otro de los principios explícitos de la Pastoral- y acompañarles reclamando justicia social, prestando ayuda para su promoción y haciéndolo de manera eficaz. En esta línea hay labor para todos. Mi invitación es la de que cada uno lea en ese último apartado, al menos la parte que le corresponde, y reflexiones sobre la llamada a la responsabilidad, la participación y la solidaridad que se le hace.

Por poner algún pero a la Carta, seguro que hay quienes dicen que la Pastoral es difícil, que "a los obispos no se les entiende". Es cierto que el texto exige un esfuerzo y no es menos cierto que por ello está acompañado de un material para poder trabajar y reflexionar. Creo que a quienes tenemos alguna responsabilidad en la comunidad cristiana, en la sociedad y dedicamos más tiempo a la reflexión nos toca ayudar. Es el único objeto de este artículo.