TAL vez se haya escrito demasiado sobre la controvertida Ley Antitabaco, desde el ferviente apoyo de quienes aspiran a un mundo menos tóxico a quienes tan solo han visto en la reforma una cortina de humo sobre una realidad muy sombría para los ciudadanos, distraernos de lo importante. No quiero abusar de argumentos que puedan calificarse de demagógicos, como recurrir al recorte de libertades individuales que puedan entrar en colisión con el indudable derecho a la salud de las personas, ni creo que el debate radique en la confrontación entre fumadores y no fumadores. Ratificando, desde mi estúpido hábito de fumar, la importancia de erradicar cualquier droga que perjudique a quienes no deseen consumirla, no es menos cierta mi creencia de que la ley adolece de la virtud de la oportunidad, resulta desmedida para los fines que pretende y no atempera las consecuencias negativas que su aplicación genera en un sector especialmente castigado por la crisis.

La falta de oportunidad legislativa se ha revelado como una de las asignaturas pendientes de este gobierno, movido a golpe de improvisación o al dictado de quienes realmente tejen los hilos del poder. La reformada Ley de medidas sanitarias frente al tabaquismo y reguladora de la venta, el suministro, el consumo y la publicidad de los productos del tabaco previno el reparto de espacios en los locales privados abiertos al público que contaran con determinadas dimensiones, obligando a los empresarios a una importante inversión en su negocio que hoy, bajo la absoluta prohibición de consumo, se convierte en inversión ruinosa, sin tiempo hábil para su amortización. El perjuicio patrimonial directo a quienes se vieron forzados a reformar sus locales es, a mi modesto entender, innegable y sin duda dará lugar a acciones judiciales de reclamación de responsabilidad, ello sin perjuicio de que el resto del sector hostelero reivindique medidas paliativas a un Gobierno que ha entrado a gestionar su negocio limitando el ámbito privado de la autonomía empresarial en el peor momento para el sector.

Se me dirá que un establecimiento de hostelería es un local privado abierto al público y, además, sujeto a licencia para su actividad clasificada; pero no es menos cierto que aquellas normas que regulen el desarrollo de tal actividad deben contar con el concurso o mayor aceptación posible del sector al que van dirigidas y, con el impacto económico que de las mismas se derive, haciendo un análisis previo, y no a posteriori de su aplicación, estableciendo periodos transitorios u ofertando salidas a los más perjudicados mediante ayudas directas o indirectas.

Resulta difícil explicar tanto cambio en tan poco tiempo cuando en definitiva bastaba con estudiar las leyes de los países comunitarios y las consecuencias de su aplicación. La experiencia de Holanda, sin ir más lejos, que ha tenido que permitir el consumo de tabaco en locales de menos de 70 metros cuadrados donde el propietario sea el único trabajador, cuando antes lo prohibía, puede servir de ejemplo de normativa que tuvo que ser enmendada por su excesivo rigor.

En el Estado español, por el contrario, se dicta una de las leyes más restrictivas que hoy en día están vigentes en Europa, porque puestos a ser ejemplarizante aquí siempre se llega más lejos; pero, eso sí, se hace declaración de buena voluntad para evaluar en el plazo de un año el impacto que haya tenido en el sector de hostelería. Se me ocurre pensar que habrá gente que igual no pueda esperar un año para que empiecen a pensar en sus problemas, otro más para regular soluciones y seguro que un tercero para ejecutarlas. Mala costumbre la que hay en el país de comer todos los días. Y entiendo la desconfianza cuando no se articulan medidas concretas, si nos atenemos a la cantidad de leyes ya dictadas pero pendientes de aplicación porque falta desarrollo reglamentario.

Como toda ley prohibitiva era necesario plantear una excepción, que en este caso son los denominados clubes de fumadores. Ahora bien, los requisitos que se imponen a quienes pretendan invertir en este tipo de establecimientos me hacen pensar en que esta salida es prácticamente inviable. Además de los costes del propio local, habrán de constituirse como entidades sin ánimo de lucro, solo podrán acceder los socios, no podrá haber empleados y tampoco se comercializarán productos consumibles. En definitiva, lo único que podrá hacerse es fumar y leer el periódico.

Nadie me negará que existen soluciones técnicas para garantizar la separación de los clientes mediante la instalación de máquinas de extracción y salas cerradas, que permitirían convivir a fumadores y no fumadores sin necesidad de sacarles a decorar las calles en pleno rigor invernal. Hubiera sido de agradecer la ayuda real a los perjudicados, al igual que la acción conjunta con los departamentos de Sanidad para financiar los tratamientos de deshabituación de los fumadores, hoy condenados a parecer fantasmas que cuelgan de los repechos de los locales o asoman a hurtadillas de los portales.

Algunos detalles, en concreto, a mí se me antojan ridículos por su rigor. El mal ejemplo que se da a los niños fumando obliga a contar pasos en un parque abierto al público, cuando bajo la vigencia de esta ley son ahora los niños los que llenan los bares, mientras sus padres se concentran fumando en las calles.

La puntilla la ha puesto el Ministerio de Sanidad haciendo interpretación extensiva de la prohibición a los txokos (actualmente, no muy claro) y parece que también a los hogares en los que trabajen empleadas domésticas. Ya son ganas de entrar en complejidades si bastaba con una nueva reforma del Código Penal para incluir a los sediciosos hosteleros y a los pérfidos adictos en el capítulo de delincuentes contra el medio ambiente.

A estos nuevos apestados sociales, eso sí, se les amplían los puntos de venta para que no escapen del vicio consumista y puedan seguir financiando a este Estado tan necesitado de ingresos. La recaudación a través de impuestos del tabaco financiará para 2011 el total de las partidas presupuestadas para los ministerios de Fomento, Industria y Sanidad. Y sin embargo a estos desdichados contribuyentes no se les ayuda desde la sanidad pública a superar su adicción... provocada por tantos componentes sin controlar ni analizar por el Estado y que un día fueron publicitados por las más glamurosas estrellas de Hollywood. Los que admitieron publicitarlo como símbolo de la modernidad y el prestigio social, después hicieron la vista gorda hacia lo que consumíamos, hoy nos esquilman los bolsillos con impuestos, no nos financian la ayuda para abandonar el consumo y, además, nos hacen estar mal vistos.

Estas nuevas setas urbanas que proliferan en nuestras ciudades -digo yo que algo alumbraremos- bien merecen un poco de compasión, cierta dosis de generosidad y la tranquilizante sensación de que el Gobierno también vela por nuestra salud.