Algo no funciona bien a nuestro alrededor. No puede ser que la decisión del Gobierno de reducir de 120 a 110 kilómetros por hora la velocidad máxima en autovías y autopistas se haya convertido en la noticia más importante del fin de semana. Los informativos vascos y nacionales llevan días dedicándole infinidad de minutos a esta estúpida cuestión, una nueva cortina de humo con la que ocultar informaciones sin duda más delicadas, sobre todo si afectan al poder, o mitigar las consecuencias a medio y largo plazo de ciertas decisiones que ya parecen haber quedado en el olvido. Nuestros prebostes están encantados de comprobar que ya nadie habla de la reforma laboral, que pocos se preocupan en recordar todo lo que los trabajadores han perdido, que la población pica el anzuelo de la velocidad después de haber devorado el de la prohibición de fumar en espacios públicos cerrados. Todavía se están frotando las manos por las pocas dificultades con que han colado entre la ciudadanía la reforma de las pensiones, llena de palabras imán como "flexibilidad" o "sostenibilidad", y que abre la puerta a que la edad de jubilación se eleve a los 69 años en función de cómo evolucione la esperanza de vida. De acuerdo, no se trata de que estemos todo el día con la espada en alto y el puño apretado, aunque sea necesario, pero deberíamos ser capaces de distinguir lo importante de lo accesorio. Y creo que el hecho de que nos obliguen a conducir más despacio, se ahorre o no energía con la medida, es anecdótico. Tonto, también.
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