¿De qué han servido desde los años 70 todas las leyes, decretos y reformas educativas si cada nuevo curso que comienza seguimos hablando del fracaso escolar? Se habla de excelencia de calidad, pero ¿calidad de qué?

Hoy en día los padres y madres acuden a los centros educativos a depositar a sus hijos e hijas, pues es muy importante la conciliación de la vida familiar y laboral y los niños y niñas ya desde la cuna deben abandonar el seno familiar y prepararse en las lides y retos que se le van a presentar en esta sociedad. Acuden a escuelas infantiles, haurreskolak y las bien llamadas guarderías, dejando a un lado el apego familiar.

Los tiempos de estancia de los niños son múltiples y variados. Necesitan comedor, actividades extraescolares, clases de idiomas, danza, judo... un abanico muy amplio para que los padres y madres puedan elegir su educación a la carta o menú degustación. En definitiva, disculpan su responsabilidad diciendo que ya dedicarán a sus hijos los fines de semana al completo, haciendo de alguna manera los caprichos de los hijos e hijas.

Hoy en día los recursos son máximos: centros adecuados, salas preparadas, horario más que suficiente... Algunos de los más pequeños pasan hasta ocho horas en el centro educativo. Y el fracaso escolar sigue existiendo.

Qué triste resulta comprobar que la solución la tenemos al alcance de nuestras manos, sólo hace falta un poco de buena voluntad, tiempo y un cambio de chip y a eso se le llama responsabilidad compartida diálogo igualitario entre todos -padres y madres, docentes, niños y niñas y sociedad en general- coordinados de manera real y definitiva, no con simulacros como el Consejo Escolar.