SALVO la muerte, no hay nada absoluto: es todo relativo y efímero. Todo son escaramuzas temporales. No hay ideales ni convicciones racionales e inequívocas; sólo acuerdos que apenas se cumplen. Todo son verdades falsas y mentiras veraces. En fin, según los utilitaristas, la debilidad práctica y teórica de la izquierda es la consecuencia inevitable de su doblegamiento a la utopía, Es cierto que durante mucho tiempo la derecha y la izquierda se han repartido el espacio político de forma poco idónea, según el cual la derecha gestionaba la realidad y la eficiencia, mientras la izquierda disfrutaba el monopolio de los sueños de un mundo mejor, donde se ha movido sin competidor entre valores, utopías e ilusiones. Es esta absurda delimitación la que ha permitido que la derecha predique que es la única capaz de gestionar los bienes públicos de forma eficiente, aunque cuando gobierna lo haga generando dramáticas desigualdades, sin el temor de que la izquierda logre contrariarla con su turbado utopismo.
Pues bien, si eso ha sido así, lo mejor que puede hacerse frente a una concepción conservadora de la política es combatirla en el terreno de la realidad y discutir su concepción del escenario social. A la derecha no debe oponérsele una ensoñación, sino otra descripción de la situación que sea mejor. Porque la realidad no es lo meramente fáctico, sino también un conjunto de posibilidades de acción que se iluminan según sea la perspectiva desde la que se divisan. La batalla política no se gana mediante la apelación utópica a otro mundo mejor y más justo, sino en la lucha por describir la sociedad de forma distinta y diseñar un proyecto alternativo que además de esperanzador sea posible y viable. Sería un grave error que la izquierda compita con los conservadores en una absurda pugna por gestionar mejor esa misma realidad que describe la derecha, o combatirla desde el moralismo inofensivo -como pretende la versión tradicional del socialismo- que sólo sabe nutrirse de idealismos que luego no se ven reflejados en resultados.
Lo que está en juego actualmente no es sólo la alternancia democrática, sino saber si la izquierda está en condiciones de dar un giro cognitivo que le permita entender la política como una actividad eficiente, renovando sus conceptos y sus prácticas de poder. El discurso pragmático pregona el agotamiento de las ideologías en la medida que considera que lo realmente importante son los resultados obtenidos en la práctica. Como dice Rorty, lo bueno es aquello que al aplicarlo logra el fin perseguido, quedando las ideologías como un conjunto de premisas inútiles, pues de ellas no se deriva necesariamente el resultado apetecido. Y en cierto modo, buena parte del malestar que genera la ideología de la izquierda se debe precisamente a que se muestra como una actividad idealista, de corto alcance, repetitiva hasta el aburrimiento y rígida en sus esquemas convencionales. Sin embargo, una sociedad del conocimiento plantea a todos la exigencia de renovarse, y así parece haber ocurrido en casi todos los ámbitos: las empresas han agudizado su imaginación para responder a las demandas del mercado, el arte experimenta nuevas formas de expresión plástica, la ciencia y la técnica se plantea nuevos desafíos. En definitiva, el dinamismo de los ámbitos económicos, culturales, científicos y tecnológicos convive con la inercia del sistema político. Hace tiempo que las innovaciones no proceden de instancias políticas, sino de la inventiva que se transparenta en otros espacios de la sociedad. No se trata de incompetencias singulares de algunos políticos, sino de un déficit sistémico de la política que no es otro que su escasa capacidad innovadora por comparación con el vitalismo de otros ámbitos sociales.
Contra la derecha, supuesta administradora del realismo, hay que defender que la política no es mera gestión de recursos, ni mera adaptación a una u otra coyuntura, sino diseño de estrategias viables de actuación que den respuesta a las demandas ciudadanas. La izquierda tiene que ser capaz de concebir la actual incertidumbre y transformarla en oportunidad. Es decir, debe descubrir aquellos aspectos negativos de la realidad tal y como la presenta la derecha y diseñar posibilidades de acción que de ningún modo pueden concebirse desde las habituales prácticas rutinarias y preconstruidas. La izquierda, alegóricamente visceral y metalúrgica, debe acometer una definición propia de la realidad política, sobre todo de su gran asignatura pendiente que es el conflicto entre las clases sociales, origen de toda desigualdad humana. Es hora de que explique por qué la realidad tiene que ser inevitablemente interclasista, debilitando la esperanza de una sociedad más justa e igualitaria. Y, sobre todo, de que aporte soluciones estables que redistribuyan de forma eficaz la riqueza.