MI intención está lejos de intentar hacer guasa de las comisiones de investigación. Más bien quiero hacer una declaración de quiebre con esa estrategia, porque es lamentable que haya quienes utilicen las comisiones de investigación para desprestigiar la labor política. Este uso irresponsable puede servir para rellenar páginas y espacios mediáticos con chascarrillos, pero acaba menospreciando la vida política y transportando este noble trabajo a posiciones rosa-amarillentas.
Así que empieza a resultarme cansino y grosero el insulto social permanente. Y con la cabeza bien alta quiero declarar que sí, que yo me dedico a la política. Y trabajo por el interés colectivo sin ser ninguna corrupta. Y eso significa que no tengo que soportar que me insulten a diario. Ni que deba tolerar una corriente de opinión parcial e interesada que pretende potenciar la idea de que en política se pierde tiempo y dinero en cuestiones innecesarias. Ni que asuma que toda la clase política es igual de corrupta, minorizando algunos casos gravísimos de corrupción y criminalizando otros sustentados únicamente en sospechas. Por todo esto aquí comienza mi declaración de quiebre con esta estrategia.
Porque esta corriente de opinión sigue la estela de una estrategia que ha implantado el hartazgo en la sociedad. Un hartazgo que se visualiza en que cada vez hay más gente que decide perder su derecho y su deber de votar. El voto, esa conquista social alcanzada para nosotras las mujeres durante la Segunda República. Y es que hasta hace poco más de un siglo, unos pocos tenían derecho a votar y el resto el deber de obedecer. Sin embargo, hoy, en cada proceso electoral cada vez hay más personas desanimadas gracias a los argumentos de esta corriente de opinión. Devolviéndonos nuevamente a aquel escenario en el que unas pocas personas decidían y otras muchas obedecían. Costó un gran esfuerzo, incluidas vidas humanas, que también las mujeres pudiésemos votar, y ahora hay quienes os dejáis convencer de que no es útil votar. Es vuestro derecho, así que no permitáis que os lo roben. No os conforméis con lo que decidan otros por vosotros, porque al final lo único que os quedará será la resignación.
Y como no nos queremos resignar quiero extraer una reflexión sobre las comisiones de investigación. Y es que, a pesar de que haya personas que consideren que lo público; es decir, lo que es de todas y todos, es para uso y disfrute del más listo, tenemos mecanismos que nos permiten controlar eso. Más aún, las comisiones de investigación no son una pérdida de tiempo y de recursos, sino una herramienta que en ocasiones debemos utilizar para proteger los intereses colectivos. Por eso, quienes no quieren proteger lo colectivo, tienen un gran interés por desprestigiar estas fórmulas de trabajo y vaciarlas de contenido.
Ahora bien, como todas las herramientas a nuestra disposición, hay que utilizarlas con respeto. Y el secretismo con que se ha rodeado a estas comisiones ha servido para obviar este principio del respeto, ha servido para dar rienda suelta, en ocasiones, a la calumnia, y al tráfico de filtraciones. Filtraciones que suelen coincidir con interpretaciones y tergiversaciones partidistas.
Por eso debería ser un imperativo evitar los circos mediáticos y las cortinas de humo que lo único que buscan es un buen titular. Los circos y los titulares nos hacen perder de vista el objetivo último de estas comisiones: depurar responsabilidades políticas. Además, con esta estrategia de desprestigio corremos el riesgo de que la indignación social -compartida por la mayoría de quienes nos dedicamos a la política- se convierta en resentimiento contra todo el colectivo político. Porque como ya he dicho, el colectivo de las personas que nos dedicamos a la política, mayoritariamente hemos optado por buscar el beneficio colectivo, no esperamos llenarnos los bolsillos con lo que no nos pertenece y también nos indignamos contra las y los…ladrones. Esa coherencia es la que nos ha llevado a constituir esta comisión de investigación.
Por último, espero, que esta reflexión sirva además para que cada persona perciba las consecuencias de sus decisiones políticas. Cada cual es responsable de su voto. Hay que tomar buena nota de la necesidad de coherencia y responsabilidad en los procesos electorales. Cada voto cuenta a la hora de conformar un gobierno, a la hora de decidir las personas que gestionarán lo público y como lo harán. Así que, a través del voto, cada ciudadana y ciudadano es responsable de los nombres que ocupan cargos públicos. Yo lo tengo claro, seguiré confiando en las personas y el proyecto de Ezker Batua Berdeak.