las asambleas eran no hace tanto espacios cerrados llenos de humareda -de tabaco, del bullir de las ideas o de lo que fuera- y de acaloradas discusiones sobre las cuestiones más insospechadas, no siempre necesariamente sobre el quid de la cuestión, en debates que podían prolongarse varias horas, si no días. Al final, se votaba sobre si había que votar o no, los asistentes se agrupaban por facciones o simpatías en un voluble juego de correlación de fuerzas y las asambleas se cerraban en falso hasta la siguiente convocatoria. Eran algunos elementos comunes en aularios universitarios, partidos políticos, sindicatos, comités de empresa o en los llamados nuevos movimientos sociales. Hoy la Ley Antitabaco ha acabado en sentido literal con aquellas humaredas y ese ente abstracto del Sistema llamado sociedad de la información se ha encargado de hacerlo también en el sentido metafórico. Los partidos políticos -incluso los rojos- sólo celebran cónclaves para salir guapos en la foto mientras aclaman a su líder, al que apoyan 8 de cada 10 compromisarios (el noveno está amañado por la dirección para no dar excesiva imagen de aprobación a la búlgara y al décimo la votación le pilló en el bar); las asambleas de trabajadores, lejos de subvertirse, se limitan a delegar en sus liberados la gestión de las cuentas del IPC; los estudiantes básicamente estudian para labrarse un futuro profesional con la nota media y lo que queda de los nuevos movimientos sociales hay que rastrearlo por Tuenti. Quizás alguien invente las asambleas en videojuego.