Ignoro las intenciones concretas de Fernando al escribir su carta dedicada al colegio Ramón Bajo (DNA 17 de enero). Sin embargo, sí resulta sospechosa una misiva de tales características en plena campaña de prematriculación. Sin duda, pueden percibirse malas intenciones, mala baba podría decirse, además de desconocimiento del terreno que pisa y desea pisotear.

No pondré en cuestión el derecho de cualquier persona a disentir con el cambio de nombre del centro, sea por motivos sentimentales, sea por conocimiento de la familia Bajo o la labor del personaje. No obstante, estamos hablando de una decisión consensuada por la comunidad escolar en conjunción con fuerzas representativas del barrio. Nada parece salirse de la normalidad y la legitimidad. Es más, al decir que un cambio de nombre sin un cambio de proyecto o rumbo no tiene razón de ser, podemos interpretar que en caso contrario se justificaría. No se puso en marcha ayer el proyecto en el que el colegio está inmerso, y que tantos reconocimientos está recogiendo. La misma prensa se ha hecho eco del mismo en más de una ocasión, también recientemente. Fernando, evidentemente, ignora la circunstancia o detesta, sin más, el proyecto del centro. Su osadía al declarar como un hecho la "degradación" del centro creo que es la gota que desborda todos los vasos. No da la más mínima pista del porqué de tal afirmación. A mí se me ocurre más de un posible motivo. Quizás sea oír a nuestras-os convecinas-os magrebíes hablando en euskera o ver a niñas-os subsaharianas-os ataviados con ropas típicas de nuestro país en días señalados; tal vez sea ver a gitanas-os e hispanoamericanas-os de kalejira por el barrio; o puede ser saber que en ocasiones madres y padres de todas procedencias alegran el espacio con sus pequeñas celebraciones en la misma calle. ¿O es la apuesta de la población autóctona por el centro en ese maremagno de nacionalidades y etnias la que duele?

Hablar de degradación al referirse a la que posiblemente sea la mejor muestra de convivencia del barrio, posiblemente de la ciudad, y el mayor exponente de integración en una comunidad, la educativa en este caso, es cuando menos denunciable. Fernando no sabe o quiere olvidar el marcado carácter de gueto que aflijía al centro no hace demasiados años, de su resignación a ser lo que era. Es el paso hacia adelante el que parece no gustar.

Finalmente, decir que los fantasmas que Fernando nos sacude, no existen más que en su cabeza. Si mirara allí haría un buen cazafantasmas.

Pablo Perez de Obanos Oiarbide