HAY días en los que una noticia te cambia los planes. Días en los que el ritmo habitual, sea frenético o pausado, se trastoca y todo lo que habías decidido, incluido el a qué dedicar estas líneas, se cae. Porque este espacio puede resultar intrascedente, con frecuencia jugamos con él para pasar un buen rato -y a intentar hacérselo pasar a ustedes-, y sobre todo es caduco, como el resto del periódico. Pero hay días en los que pasa algo que impide que todo sea como siempre. Que hace que no puedas escribir el texto que tenías pensado, que te obliga a ponerte a juntar letras otra vez porque, de alguna manera, sientes la necesidad de dejar constancia, por leve que sea, de que algo ha cambiado; que si no lo hicieras así, estarías faltando a la verdad. Y en ésas estamos. En intentar que unas líneas sirvan para recordar que hoy algo no es igual, que alguien con quien compartimos buenos ratos -seguro que unos mejores que otros, pero recuerdo que a veces hubo risas y eso no tiene precio- no está. Y cuando llega el momento de empezar, de reiniciarlo todo otra vez como si fuéramos un maldito ordenador, la dura pero magnífica realidad de que somos humanos se impone. Así que aquí estoy, frente al teclado y la pantalla, intentando contarles que algo es diferente, porque quizá ustedes también estén en esta tesitura de recobrar el aliento tras la noticia que les deja desfondados. No sé cómo se hace, pero lo hacemos. Yo intento buscar palabras, y al principio cuesta encontrarlas.
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