AVE lehendakari justísimo... Consejero Arriola, confieso que he pecado. El otro día monté en el tranvía sin pagar. Lo hice sin querer, de verdad. Caminaba hablando por el móvil con mi esposa, cosas domésticas, ya se puede imaginar. No se crea que tuve que correr, como en muchas ocasiones me ocurre, qué va. Fue la conversación lo que causó mi despiste. Se abrió la puerta, entré y colgué. En ese momento me di cuenta de que no había pasado por la máquina. Y en Sancho el Sabio, consejero, montaron el revisor y el guardia de seguridad. Lo hicieron por la puerta donde yo me había quedado de pie. Mantuve la calma. Saludé a ambos y abrí el libro que siempre llevo para matar los minutos que paso todos los días en el transporte público. El agente se quedó a mi lado. No lo había visto nunca, y le diré que me sorprendió su aspecto. Era un muchacho casi imberbe, pero de espaldas acojonaba: una cordillera de músculos bajo el uniforme, además de los habituales elementos de persuasión colgando del cinturón. Mantuvo una corta charla con el revisor, que no sabía por dónde empezar su labor. Qué mal rollo. ¿Qué le iba a decir si iniciaba la caza conmigo? He visto muchas pelis, consejero, así que no levanté los ojos del libro y puse cara de pagador, que en realidad es la que tengo. Noté que me miraba. Sonreí. Sonrió. Sonreímos. Y se largó con el miniordenador chivato en dirección contraria mientras yo lo observaba de reojo. No sé, consejero, si me va a poner alguna penitencia. Creo que no es necesario. No volverá a pasar, se lo prometo. ¿Puedo irme ya?