España se ha parado. Casi dos de cada diez jóvenes ni estudian ni pueden trabajar, y por eso se dedican a hundir sus vidas en el cómodo sofá del abandono o a buscar salidas feroces a su frustración. Uno de cada cinco adultos españoles puede trabajar pero no le dejan hacerlo y hay que alimentarles, pagarles el piso, la luz, el agua, el teléfono... A ellos y a los ancianos ya jubilados, a los niños, sin contar a los que viven de rentas, a los que tienen puestos de lujo en los ministerios de este gobierno, inválidos y otros. ¿Quiénes trabajamos en este país?, ¿quién se lleva el fruto de nuestros sudores? Cuando miramos a las alturas, a los que nos someten y dominan, como súbditos obedientes y estúpidos, vemos que los gobernantes no se bajan los sueldos aunque a nosotros nos reduzcan la pitanza, casi al revés, arrojando sus deshechos al valle donde los demás nos ahogamos.
Los expresidentes son un modelo de lo que no debiera ser, pues se enriquecen, junto a unas pensiones doradas y retiros privilegiados, como los ministros y los que llevan unos pocos años en el Parlamento o son senadores. El resto, a mimar a nuestros ricos. El caso del expresidente de nombre socialista, Felipe González, es fascinante. Uno que se decía representante de los obreros y las clases sociales oprimidas, bajas, indefensas ante la economía capitalista, cobra, además de su sueldo político, cifras fabulosas en empresas privadas obedeciendo, una vez más, al capital. No de modo diferente actúan las prostitutas y sus clientes, inclinando el mundo ante el trono del vil metal. Se diría que nuestros farsantes representantes, quienes dicen ser de izquierdas, son más bien siniestros, pero sobre todo, hipócritas. Sólo quieren repartir el dinero de los demás. En cuanto es suyo o puede serlo se comportan como los ricos a los que criticaban y luego obedecían como vergonzosos siervos.
El Gobierno que imaginaba engañar a los españoles con sus soflamas de pasadas épocas, en las que existían socialistas que daban la vida por sus ideales, ya ha perdido toda credibilidad. Además de seguir robándonos mediante los impuestos para dar el dinero a los banqueros, ya ricos, y ahora para convertir las cajas de ahorro en bancos, se dedica a recortarnos los derechos y aumentarnos los deberes como esclavos. Por eso muchos envidiamos a los países musulmanes que se están levantando frente a sus tiranos. Aquí los tenemos camuflados en un simulacro democrático en el que dos partidos y medio se reparten los privilegios entre los oligarcas mientras el resto trabajamos como bestias para ellos.
No se habla de redistribuir la renta, porque los millonarios cada vez son más prósperos, mientras un ejército de mendigos invade las calles y los hogares se pueblan de miseria. Si no se trabaja es imposible crear riqueza. Ahora lo que se redistribuye es la pobreza y los pocos que tenemos trabajo sabemos que vamos a continuar en nuestros puestos hasta que nos revienten, para engordar a los que nos aplastan con su infame peso. Quizá el único recurso sea decretar un paro general, para todos. Borrar el injusto sistema que tenemos, echar a los hipócritas que nos explotan y empezar de nuevo.
Ilia Galán