ETA se ha convertido en la auténtica panacea para la cuesta de comienzos de año. Obviando la dilatada tregua y amparándose en la ambivalencia del dichoso comunicado, portavoces políticos, articulistas y tertulianos han encontrado en la organización político-militar el bálsamo para hacer olvidar otros males de cruda actualidad. Da la impresión de que abundan aquellos a los que les cuesta vivir sin el eterno problema que para ellos parecía representar la razón única y exclusiva del malvivir. Y para rizar el rizo, al actual huésped de Ajuria Enea le han sugerido, y él ha puesto voz y altavoces para musicalizarnos, que el final de la violencia concatenará euskera y libertad. Canela en rama. No sé si los Emiratos le han comprado parte de nuestra deuda pero él acaba de quedar en números rojos con todos los euskaltzales.

Tras el denostado comunicado y habiendo emprendido, aunque no finiquitado, el camino definitivo hacia el cierre de persiana, yo sigo pensando que estamos viviendo los albores de un proceso irreversible. Pasar página de 50 años de historia es, a no dudar, algo complejo y fuente de muchas controversias. Vivimos un periodo en el que cohabitan un ser enfermo a punto de perecer y otros que comienzan a dar, solos y sin tutela, sus primeros pasos en una nueva vida. Ambos forman parte de ésta nuestra historia, plagada de capítulos iniciados e inacabados, y no digamos la de nuestros vecinos más próximos, que nos han impuesto la suya enterrando la nuestra propia.

Digan lo que digan augures de toda índole, el debate que se vive actualmente en el espectro abertzale de nuestro pueblo es el más enriquecedor y profundo de las últimas décadas, y espero que por encima de controversias, conflictos partidistas y dificultades de interpretación, primen la razón y el interés que nos son comunes. Teorizar sobre las bondades propias y las maldades ajenas nos han conducido a menudo a callejones sin salida. Buscar un único culpable de todos los males para desculpabilizar a todos los restantes hace un flaco favor a la ética, a la democracia y a la libertad, así como a las víctimas, que independientemente de sus filiaciones, son víctimas. Todos debemos pedir perdón por los errores cometidos y en la misma medida exigírselo a los que nos han convertido en víctimas de los suyos.

Cierto que el adiós a las armas debiera haberse producido mucho antes, pero también lo es que un referéndum de autodeterminación debiera haberlo precedido. En cualquier caso, e independientemente de los ritmos, las premisas para una nueva Euskal Herria empiezan a definirse en el horizonte.

Hay muchas pesadillas que nunca debieron existir: los terrorismos, los de ETA y los españoles franquistas y post-franquistas incluidos, al igual que los pactos antinatura que actualmente padecemos. Obremos por la paz y el mutuo respeto, dándonos a nosotros mismos, de una vez por todas, la oportunidad de definir nuestra futuro y por una vez sin siglas ni coletillas. Cueste lo que cueste.