ATRÁS quedaron los tiempos en que el proceso de globalización se observaba como algo lejano en Gasteiz. Los movimientos migratorios nos resultaban ajenos, salvo para aquellas personas que en su día a día trabajaban dentro del tejido asociativo en torno a ese fenómeno. Los agentes sociales y políticos del momento no entraron en la esencia de aquella nueva realidad, y desarrollaron análisis interesados y populistas, desde la periferia, dirigidos esencialmente a la población oriunda del lugar.
El panorama social de hoy es bien distinto, no así la actitud de muchos agentes sociales y políticos, que no se ha movido un ápice. Hace unos días el Ayuntamiento de Gasteiz puso en marcha una campaña para informar del procedimiento que las personas migrantes deben seguir para participar en las elecciones municipales del próximo mayo. Llama poderosamente la atención que esta campaña se haya lanzado apenas una semana antes de que termine el plazo para inscribirse en el censo electoral.
El procedimiento seguido desde nuestro Ayuntamiento guarda una gran similitud con el modelo que se sigue en los Estados Unidos, donde la compleja burocratización para ejercer sencillos pero importantísimos derechos desmoraliza y retrae a la ciudadanía de reclamarlos legítimamente, mientras las "fuerzas vivas" del sistema se acomodan aún más en sus asientos.
El fenómeno de la inmigración ha tenido su punto álgido en Gasteiz durante el siglo pasado. El primer gran proceso migratorio se produjo durante los años 60 y 70, cuando personas procedentes de diversos puntos del Estado español vinieron atraídos por la ingente demanda de mano de obra que la población local no podía cubrir. Aquellas personas, desde el momento en que llegaron, pudieron disfrutar de los mismos derechos que la población autóctona. De todos. Salvo algunos casos lamentables y aislados, en ningún momento se produjeron reacciones contrarias a la nueva situación. Muchas de aquellas personas, tras toda una vida de trabajo, lucha y esfuerzo por un porvenir digno, han dejado ya Gasteiz y Euskal Herria para volver a sus lugares de origen.
Durante el final del siglo XX y el comienzo del XXI hemos vivido un nuevo punto álgido del fenómeno migratorio. Nuevas personas, procedentes de países más lejanos, que se convertían en gasteiztarras movidas por la misma motivación de quienes llegaron unas décadas antes. Lamentablemente, el transcurso de esta nueva ola ha sido diferente de aquella de los años 60 y 70. La actitud de la casta política en el poder no ha sido un derroche de coherencia, con discursos que en ocasiones rozan lo ultra, o que resultan excesivamente condescendientes y paternalistas (pecando de buenismo), y que han provocado que la integración de estos sectores no haya sido efectiva. Mirar para otro lado no es una opción, como tampoco lo es poner al colectivo migrante en el foco de políticas represivas o de campañas de desinformación que acentúan los prejuicios y acentúan las diferencias, haciendo que parte de la población se enfrente a este fenómeno desde posiciones insolidarias y que lo aborden como un "problema".
Urge regenerar el concepto de ciudadanía gasteiztarra, de forma que las personas recién llegadas se sumen, participen y se sientan parte de una ciudad formada por quienes ya estamos, pero en constante transformación. Se ha de evitar que las personas migrantes se conviertan en parias de esta sociedad, que no se genere una clase obrera paralela, que no sean las diferencias lo que nos separe, sino las semejanzas lo que nos una en nuestra condición de gasteiztarras y, por encima de todo, de seres humanos.
El camino, pues, está claro. Eliminar las diferencias en pro de la igualdad. Igualdad en derechos, y también en obligaciones desde el momento de su llegada. Habrá situaciones evidentes que deberán ser afrontadas en términos de discriminación positiva, aunque esto no debe constituir la norma sino la excepción. Al igual que en el caso de la discriminación sexual, se han de desterrar de nuestro vocabulario términos, expresiones y tópicos cargados de desprecio hacia las diversas identidades que hoy forman parte del paisaje de Gasteiz.
Un gran paso en el recorrido de ese camino lo constituiría, sin duda, abrir la participación en los procesos electorales a las nuevas vecinas y vecinos de Gasteiz. Dotarles de derechos es, al mismo tiempo, dotarles de obligaciones, haciéndoles partícipes de la vida institucional, dándoles voz, participando en las decisiones que afectan a sus vidas y al desarrollo de la ciudad donde habitan. No como personas condenadas a ser meras espectadoras, sino como actoras y protagonistas de la vida municipal, pasando a formar parte activa de la ciudad, parte de Gasteiz.
El camino hacia el sufragio universal, históricamente, ha sido un camino de luchas. La burguesía, el proletariado, las mujeres o diferentes grupos étnicos minoritarios o discriminados han sido, entre otros, el sujeto de esas luchas. Hoy hay un nuevo grupo de sufragistas que debe pelear por otra conquista en el camino hacia la democracia real, y no estará solo en ese proceso. Por ello, Gasteiz debe constituir un modelo en este proceso democratizador.
Hace unos días, una amiga me recordaba que la tierra no pertenece a nadie, y que deberíamos crear nuevas formas de relacionarnos que nos permitan convivir y superar nuestros conflictos. No por tratarse de una idea antigua deja de ser menos valiente. Una sociedad sin diferencias, sin explotación y sin dominación es algo que tal vez mucha gente todavía no sea capaz de imaginar, pero con ese horizonte a la vista, juntando nuestras fuerzas en el pedazo de planeta que nos ha tocado compartir, debemos empezar a dar pasos que nos acerquen a esa meta.