LAS elecciones legislativas en Estados Unidos se habían planteado desde un primer momento como un plebiscito sobre la presidencia de Obama. Y con esta premisa, nadie podía salvar a los demócratas de un desastre. Esta vez las encuestas no han fallado. La fotografía del resultado que ya conocemos era previsible y como tal, Barack Obama ya sabe lo que tenía que saber: cómo serán sus dos próximos años en Washington. Sabe que tendrá las manos atadas para continuar con su proyecto de cambio. Y es que nada se parece a 2008. Desde su toma de posesión el índice de aprobación del presidente ha caído en picado, perdiendo más de 20 puntos en año y medio, alcanzando su cifra más baja en un 44% de apoyo, frente al 65% con el que empezó. En aquel entonces, Obama se presentaba al mundo como el candidato 2.0. "Si no comunicas, no existes. No haces política. No gobiernas", se decía a sí mismo. Ahora, a eso su equipo ha unido la máxima de que la información instantánea genera compromiso. Hemos asistido a la campaña del iPad, de la televisión y del correo tradicional utilizado de una forma personalizada.
Uno de los fracasos del presidente Obama -atribuible a su torpeza, a la mala fe de sus adversarios o a ambas cosas a la vez- ha sido precisamente la incapacidad para conectar con determinados ciudadanos. Mayoritariamente con blancos y anglosajones. La desconexión se evidenció cuando este pasado verano el Pew Research Center, uno de los institutos demoscópicos más respetados, publicaba un sondeo según el cual uno de cada cinco estadounidenses cree que Obama es musulmán. La encuesta además, revelaba cómo desde que llegó a la Casa Blanca la proporción de personas que lo creen ha aumentado. ¿Cómo es posible que se sostenga tal falsedad? En gran medida por la atomización del paisaje mediático, por la escasa influencia de medios de referencia como The New York Times o la CNN sustituidos por una constelación de blogs de opinión y tertulias radiofónicas que para muchos se han convertido en referencia. Y esto llevado a las elecciones legislativas nos muestra los actuales resultados. Es posible que la palabra musulmán aplicada a Obama no sea más que una metáfora de desconexión. Desconexión por sus políticas económicas y sociales. Desconexión a cuestiones como el matrimonio homosexual, la legalización de sin papeles o la construcción de un centro islámico junto a la zona cero. Ha llegado un punto en que los progresistas han perdido el debate en el tribunal de la opinión pública. El mismo que supieron ganar con las nuevas tecnologías y el marketing.
Ahora, las estratosféricas expectativas creadas por el Yes we can se encuentran de frente con que en el panorama internacional, por ejemplo, Guantánamo aún no se ha cerrado, Irak sigue siendo un avispero y la guerra en Afganistán va para largo. Y con este escenario de fondo, la falta de apoyo al presidente hunde sus raíces en la delicada coyuntura económica interna. La tasa de paro permanece tozudamente en torno al 10% y aunque para sí quisieran muchas economías europeas un ritmo de crecimiento como el interanual estadounidense (3,2% en junio), es evidente que el consumo privado, la confianza empresarial o la construcción residencial no acaban de encontrar su velocidad de crucero.
A partir de ahora, Obama está en la obligación de transformar su derrota en el inicio de una nueva presidencia y, como tantos de sus antecesores han hecho en las mismas circunstancias, aprovechar la nueva situación política para poner en evidencia a sus rivales republicanos, aprovechar sus debilidades, resaltar sus méritos propios ante un público probablemente más receptivo y obtener la victoria en las próximas presidenciales. 2012 es la siguiente meta. Hasta entonces veremos dos años de cohabitación donde Obama por supuesto, retendrá su capacidad constitucional de veto contra las acciones del Congreso pero se podrá ir despidiendo de seguir adelante con su ambiciosa agenda legislativa. De ahora en adelante, el problema de Obama será ver que los norteamericanos quieren hoy lo que querían cuando lo eligieron hace dos años: un cambio. Un cambio que no han percibido bajo él. Un cambio con el que presente un plan serio, firme, claro, ambicioso e ilusionante.