SIN lugar a dudas, es una noticia importante la que da cuenta de que el fiscal de la sala del Tribunal Supremo que se proponía sacar a Garzón de la carrera judicial, respalda ahora al controvertido juez en su recusación de cuando menos cinco de los magistrados que tenían un enorme interés en juzgarle, imparcial y sosegadamente, sin asomo de interés personal, por cuenta del molesto sumario del franquismo, y de ser ellos mismos los que le aplicaran el correctivo que se busca desde que se iniciaron esas actuaciones. Nadie se chupa el dedo… No es cierto, la norma parece ser abusar de la buena fe y la credulidad del ciudadano.
Pero, indudablemente, también es noticia importante que la Audiencia Nacional haya absuelto a todos los acusados del caso Udalbiltza, instruido por Garzón dentro de su mega operación contra ETA y su entorno, y tan repicado, cacareado y descabellado con pasodoble de rigor en su día -el de banderita tú eres roja no está mal para esa ocasión-; tanto que, como es preceptivo en estos casos, la condena de los acusados por terrorismo y pertenencia a ETA se daba por hecha desde el mismo momento de su detención. Era innecesaria la vista. Basta comparar las arengas mediáticas y las soflamas que se escucharon en su día con los comentarios de gatera que se producen hoy.
Atrás quedan unos cuantos años de linchamiento mediático, de efectiva condena social más allá del medio político y social al que pertenezcan los acusados. Se han producido unos daños personales que nadie va a reparar y que para una aplastante mayoría de ciudadanos es un castigo a la militancia y a la opción política de los hasta ayer mismo encausados. Esta misma ciudadanía de pro considera ya esa absolución como una dejación gubernamental del Gobierno ante ETA y su alto el fuego, pero bueno, éstas son postas de tertulianos y, aunque gruesas, no sirven más que para azuzar a una audiencia ya muy azuzada.
Así las cosas, el alto el fuego de ETA, el nuevo partido de la izquierda abertzale y unos cuantos etcéteras de ocasión, son comodines que permiten no hablar ni en broma, o cuando menos hacerlo de lejos, de un futuro social y laboral verdaderamente negro, negado hasta que te toca de cerca; como sucede con los abusos policiales o judiciales, las quiebras o el paro sin remedio y futuro escaso y precario de quien lo padece. La jubilación a los 67 años tras 37 de cotización, que se dice pronto, es una losa que va a pesar demasiado sobre esta sociedad de los balandros. Hay que preguntarse cuánta gente hoy joven va a poder acceder a esos años de cotización plena, o cuánta gente se va aquedar a la americana, en limbos de desasistimiento social, con las manos en los bolsillos, engrosando ese apartado que hace unos años apenas se escuchaba: exclusión social.
No hace falta ser un adivinador del porvenir de barraca de feria para darse cuenta de que ese futuro laboral, para gente por debajo de los treinta y cinco años, es negro cirrión. De los cincuentones enviados a la calle con despidos improcedentes o procedentes con leyes asociales no hablo, porque para qué. Todo invita a cubrirse bien el riñón, en blanco, en negro y en colorao.
Me parece que fue Juan Goytisolo quien habló hace unos días de cleptocracia refiriéndose a otro país. La cleptocracia vendría a ser descaradamente el gobierno de los mangutas, de los cleptómanos, de los que le quitan o de los que trincan, porque aquí parece ser que quitarle al sistema o trincar es la cuestión. Sino que se lo digan al Teddy Bautista, que se mete al bolsillo 250.000 euros al año de sueldo en la famosa SGAE, empeñada ahora en un refrescamiento de fachada. Lástima que no se hagan públicas las cifras de lo que ganan todos los barandas de esa barraca. Bailar o no bailar al son del pandero moscosita era la cuestión, y sentarse luego a papear en alguna exclusiva cofradía de la buena mesa.
De hecho, las cosas se ven de muy diferente manera si le quitas o si no logras trincar, si papeas de manera exclusiva o de batalla, si viajas por el Inserso o por aventura secreta. Dependiendo de cómo tengas el bolsillo, el tono del blablablá cambia mucho, y hasta el púlpito. Un buen sueldo de por vida, aparejado de diversas canonjías o de esa maraña de las dietas, blinda para filosofar de manera pesimista acerca de la vida en general y del presente en particular, y la botella no es que se vea medio llena o medio vacía, sino que siempre está llena de whisky escocés de malta, buena añada y marca exclusiva, de 70 euros para arriba la botella.
Tal vez no trinquen los que están en la Moncloa o en sus más inmediatos aledaños (incluyo aquí a las diputaciones autonómicas y a las famiglias que de manera notoria engordan a su amparo), pero un día sí y otro también saltan las noticias del enriquecimiento turbio de personajes ligados a la actividad política estricta y a la labor diaria de la Administración. Es raro el político que en tareas de gobierno no acabe con un patrimonio que de otro modo no habría conseguido.
Una cleptocracia mayúscula en la que al cacareo político de la democrática igualdad, cuando menos de oportunidades, responde una realidad de férreas desigualdades sociales. Son principios políticos que ya dan más risa que otra cosa y que merecen ser sacudidos y desempolvados.
La cleptocracia está formada por personajes a los que los aparatos del Estado no pueden dar caza real, porque lo cierto es que no se la dan ni policial ni judicialmente en un país en el que la bebida nacional de nuevo cuño es el Agua de Cerrajas. Llama la atención cómo unas cosas se recuerdan a diario y otras inician un seguro camino hacia el olvido al día siguiente de ser escandalosa noticia. Escandalo e impunidad suelen ir aparejados.
La cleptocracia nacional suele escaparse con el botín o buena parte de él a paraísos fiscales, y eso no pasa de ser un rasgo de la novelería nacional, algo que anima el cotarro. La cleptocracia no es tonta, y los procesos de quien puede pagarse defensas de lujo tienden a alargarse, embarullarse y a quedar en poco o en nada. Y si no que se lo pregunten a Camps o a la Aguirre y a su entorno pepero.