NADIE podía esperar que una revuelta popular iniciada como protesta por la dura situación económica que vive Túnez y el paro galopante que atenaza a gran parte de su población pudiese acabar con una dictadura consolidada de 23 años. Pero el transcurso de los hechos ha demostrado que incluso en países árabes el descontento de la ciudadanía puede acabar con todo un régimen, por muy despótico y corrupto que sea. Tras un mes de protestas que han ido in crescendo, el presidente de Túnez, Zine el Abidine Ben Ali, tuvo que huir del país en un gesto que denota a las claras su personalidad política y su ética personal. El hecho de que Francia le denegara su entrada en el país ya es demostrativo de la absoluta soledad en la que se encuentra el tirano tunecino. Escondido en Arabia Saudí, parece difícil pero no imposible que intente, si se dan las circunstancias, un regreso para reinstaurar su férreo régimen. Túnez está viviendo, entre el lógico caos surgido de los acontecimientos y las fechorías de quienes intentan aprovecharse de cualquier río revuelto, una etapa de esperanza. Una esperanza en la instauración de la democracia y las libertades que los tunecinos veían lejana pero que en pocas semanas está a punto de materializarse. De momento, el país se apresta a abordar una transición democrática. Tras el vacío de poder generado por la cobarde huida de Ben Ali, las instituciones han funcionado en un momento difícil y crucial. El Consejo Constitucional ha nombrado un presidente interino y ha decretado que deberá haber elecciones presidenciales en un plazo máximo de dos meses. Es significativo que el primer día desde el derrocamiento popular del dictador, Túnez hable ya de democracia, de participación de toda la ciudadanía, de elecciones libres, de Gobierno de concentración nacional transitorio hasta los comicios. Estamos ante una revolución histórica que puede abrir camino en una zona plagada de sátrapas. Otra cosa es que la necesaria reconstrucción del país sea posible y encuentre el suficiente apoyo de la comunidad internacional, que hasta ahora no había sentido el más mínimo interés por una dictadura que, pese a sus prácticas corruptas y liberticidas, gozaba de inmunidad porque suponía cierto muro de contención al islamismo radical. La calle ha vencido a la dictadura y puede ser protagonista, de forma democrática, del futuro de Túnez.
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