Ante la polémica que ha suscitado la ley del tabaco quiero dar las gracias a todas las personas que la han llevado a cabo sabiendo que sería impopular para un sector de la población. Hoy nadie protesta porque no pueda encender un cigarro en el autobús, en el tren, en el avión, y mucho menos porque no pueda hacerlo en el aula o en la habitación de un hospital. Quiero recordarles que no hace tanto tiempo estaba permitido fumar en todos estos lugares.

A los 18 años fui diagnosticada de una enfermedad pulmonar y se me prohibió estar en ambientes contaminados. Dejé de ir a bares, restaurantes o discotecas pero no podía evitar que el fumador de turno me echara el humo cuando subía en el urbano, iba al aula, cuando viajaba en autobús, e incluso que alguien lo hiciese en la habitación del hospital o en la consulta del médico. A finales de los noventa, estaba ya prohibido fumar en muchos sitios, entre ellos en los ascensores; sin embargo si no se cumplía la norma no se podía hacer nada, no había legislación al respecto.

Por suerte hoy lo habitual es que todo el mundo respete estas normas y lo excepcional, que alguien encienda un cigarro en estos lugares. Quiero pensar que lo que hoy parece un abuso de poder y tanto revuelo ha supuesto para los fumadores, en un futuro sea lo normal y todos tengamos derecho a poder entrar en un lugar público libre de humos. El fumador está en su derecho a atentar contra su salud si eso le place, pero que no juegue con la de los demás. Reitero de nuevo las gracias a los que han permitido la aprobación de esta ley por tener la valentía de llevarla a cabo.