8.15 HORAS. Acabo de levantarme. Estoy casi seguro de que el vecino del segundo me ha denunciado. Ayer oí por el patio interior cómo hablaba con alguien en voz muy baja. Es tan tonto que no sabe que su voz rebota en la ropa tendida. Sé que tiene un contacto en la unidad de delitos relacionados con la alimentación. 8.20 horas. Soy imbécil. No sólo no fregué la sartén después de devorar el filete que me pasó el camello de Agurain (un pastón; tengo que hablar con él, últimamente se está sobrando). También fumé. Cigarrillos y hierba. La casa huele a grasa y a humo. 8.30 horas. Ducha a fondo. Todavía siento en el paladar el gusto de esa carne. No soy capaz de comer pasta todos los días. Me importa un bledo que la carne esté prohibida. Puto colesterol. Mierda de gasto sanitario. El precio de estar sano es demasiado alto. La mitad de los ganaderos alaveses sigue en la cárcel. Allí por lo menos les dejan comer algún filete de vez en cuando. Fuera no se puede. 8.50 horas. Llego tarde al curro otra vez. Acabo de gastar el bote de detergente dándole y dándole a la sartén. No me queda ambientador para camuflar el olor. He vuelto a esconder el tabaco y la hierba. Los había dejados tirados en el salón. ¿Y esas bragas? Pues se ha ido sin ellas. 8.55 horas. No me ha dado tiempo de abrir la puerta de la calle. La BCG (Brigada Contra la Grasa) la ha tirado abajo. Siete maderos como montañas. Me han dado dos hostias antes de anunciarme que estaba detenido. Tres semanas en Nanclares-2. Igual tengo suerte y cae filete. Al menos me saldrá gratis.
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