TUVIMOS la suerte de conocer a Sabin Intxaurraga, y alguno de nosotros de trabajar y/o cooperar con él en distintos proyectos. A todos nos impactó como persona y como político. Incluso quienes no llegaron a conocerlo lo apreciaban y respetaban. En una época en que los barómetros de opinión nos dan una imagen bastante pobre y deformada de los personajes políticos o en que los ingenieros de los sondeos de opinión se esfuerzan en introducir parámetros e indicadores que mitiguen la erosión con el presumible objetivo de salvar los muebles, Sabin era muy consciente de la necesidad de trabajar duro y constante no por su imagen personal como político sino por el proyecto en que creía, incluso por encima de la hipoteca que suponía envolver dicho proyecto en unas siglas políticas determinadas. Sabin fue coherente con sus posturas y esta coherencia se apreció con mayor nitidez en los últimos años de su vida, con la escisión de EA, reviviendo conflictos y reabriendo heridas que uno creía cicatrizadas tras la escisión del PNV. Sabin nunca escondió sus opiniones ni sus posiciones. Ahora que su apuesta estaba dando frutos, y a costa de cierta incomprensión a diestro y siniestro, un cáncer incurable ha podido con él. Se nos ha ido un hombre bueno y un político noble, un modelo para la política vasca.
Con esto no queremos decir que Sabin sea el único modelo, ni mucho menos. No pretendemos que uno mantenga siempre las mismas tesis y los mismos objetivos, ni siquiera que permanezca siempre en el mismo partido. De hecho Sabin también cambió y fue modificando algunos planteamientos. Hay muchas formas aceptables de hacer política, y de hacerla sinceramente, incluso cambiando de opinión y de posicionamientos. Lo hemos visto en excompañeros de partido de Sabin (PNV y EA), exconsejeros y excontertulios. Algunos defienden sus nuevas ideas con humildad y con una cierta consideración hacia las ideas de sus interlocutores, cercanas a las que antes defendían ellos anteriormente o posiblemente a las que puedan defender en el futuro; pero otros lo hacen con vehemencia y con cierto desprecio o afán de ridiculización de sus oponentes. Lo modélico en Sabin era su actitud de respeto al interlocutor y su coherencia: tanto en sus planteamientos como en sus posicionamientos. Quienes han tenido la oportunidad de seguirle en sus tertulias de Euskadi Irratia o de ETB 1 corroborarán esta imagen de un Sabin dialogante, firme y respetuoso.
Como consejero, basta con recordar dos de sus aforismos principales en la administración que nos solía recordar a sus colaboradores: "prefiero ir al infierno por haberme equivocado que al purgatorio por no haber hecho nada" o "¡podéis meter la pata, pero nunca metáis la mano!". Estas posturas indican su sentido de servicio público y su intento por arreglar los problemas de la ciudadanía. Sería erróneo pensar que Sabin buscaba rodearse de personas que pensasen como él. Al contrario, quienes hemos tenido la suerte de trabajar en sus equipos podemos dar buena cuenta de su búsqueda de pluralismo interno, buscando equilibrios territoriales, ideológicos y de género en sus equipos. Entre sus colaboradores ha habido independientes, familiares de víctimas de ETA, representantes tanto del sector crítico como oficialista de EA, incluso algún afiliado al PNV.
Siglas y proyectos. Lo importante para Sabin era siempre el proyecto político y lo era por encima de las siglas que coyunturalmente pudieran defenderlos. Con un espacio político y electoral fragmentado en el nacionalismo vasco, Sabin proponía y buscaba un escenario más simplificado con dos tendencias: una conservadora, moderada, a lo sumo autodeterminista y otra de izquierdas, independentista y ecologista. Su sueño era reagrupar este segundo espectro y convertirlo en una alternativa seria al nacionalismo histórico dominante, para lo cual veía como necesario ayudar al mundo de Batasuna a integrarse en el sistema democrático rechazando la violencia y apostando por vías exclusivamente políticas.
Reagrupar el espectro abertzale más allá del PNV no significaba necesariamente excluir alianzas estratégicas con éste ni tampoco por cierto con el PSE o PSN, según la coyuntura, pero su preferencia eran las alianzas y coaliciones post electorales. Las siglas de EA en este nuevo escenario tenían una importancia sólo secundaria, lo importante eran los proyectos que se defendían. Su máxima ilusión en este sentido era lograr que los seguidores de la ilegalizada Batasuna diesen ese paso fundamental. Sabin sufría enormemente con las violaciones de los derechos humanos por parte de ETA y con los dolorosos silencios de Batasuna. Quienes le han seguido en sus tertulias o en sus declaraciones como consejero o como político lo saben. Se le veía profundamente dolido y decaído cuando se producía un atentado.
En el nuevo espectro de futuro por el que apostaba Sabin además de la autodeterminación, se defendía la reunificación de Euskalerria y su independencia pero no como un fin en sí mismo sino como medio para lograr una sociedad más justa y solidaria, más euskaldun, mejor formada y una defensa del medio ambiente en la dimensión del desarrollo sostenible. Su postura crítica hacia grandes proyectos de infraestructuras como el puerto exterior de Pasaia o sus condiciones de sostenibilidad respecto del TAV eran de sobra conocidas. Su dedicación a cuestiones ambientales le venía de antes, de su amor por la naturaleza, por la biodiversidad, de su gestión municipal en Zeanuri y de su preocupación por mantener la dimensión humana en el ecologismo. Cuando sacrificó la cartera de Educación en el Gobierno vasco lo hizo sabiendo bien lo que podía aportar en Medio Ambiente y Ordenación del Territorio. Así fue, su gestión dentro de Euskadi y su dimensión global con la creación y posterior copresidencia y secretaría general de la red mundial de gobiernos regionales por el desarrollo sostenible (nrg4SD) lo llevaron a cotas de presencia internacional difícilmente imaginables hasta entonces en el Gobierno vasco, a la ONU, y a cumbres internacionales sobre desarrollo sostenible y sobre cambio climático. Como con el nacionalismo vasco, también con el desarrollo sostenible mostró un perfecto equilibrio, coherencia y pragmatismo a la hora de diseñar políticas, alcanzar acuerdos y defender su ideario.
Radical y universalmente aber- tzale. Sabin solía distinguirse de los nacionalistas radicales apostillando que él no era nacionalista radical sino radicalmente nacionalista. Para algunos puede ser una cuestión de matices o un simple juego de palabras; pero Sabin estaba muy alejado de planteamientos radicales; eso sí, sus convicciones habían echado raíces y eso le convertía en radicalmente abertzale. Esta postura la compaginaba con su visión universalista, conocedora del mundo, viajera, preocupada y solidaria. Sus amigos en América Latina, en Europa o en EEUU son buena prueba de su dimensión universal. Allá por donde iba defendía la causa vasca. Sabin era vasco, euskaldun y por ende universal. Para Sabin y con Sabin no tenía sentido cualificar la identidad vasca añadiendo concesivos como "vasco pero también universal" o "vasco y cosmopolita" o "vasco y europeo". Ser vasco es una forma de ser persona, de estar en el mundo.
Así era Sabin, así lo recordaremos y muchos de nosotros seguiremos su estela.