uNa noticia reciente nos pone sobre aviso. Los hechos salen a la luz. La justicia militar, por llamarla de algún modo, juzga y actúa. Al final, la decisión es irrevocable, se excusa a dos soldados israelíes de haber utilizado a un niño palestino de nueve años para buscar bombas a punta de pistola. La deliberación sobre el caso nos sorprende, el tribunal establece que el atenuando de vivir "sometidos a actuaciones difíciles y peligrosas" justifica, en parte, lo ocurrido. Además, llevaban días sin dormir, con lo que su acto irresponsable era producto de la fatiga de combate. Los soldados, por lo tanto, actuaron empujados por la tensión y lo que podría calificarse como estrés de guerra. Si bien, a pesar de todo, fueron amonestados. No se justificaría otro acto semejante, en caso de volver a cometerse, lo cual es indicativo de que no era tan clara su inocencia.

La historia de este suceso acaeció el 15 de enero de 2009 en plena operación contra Hamás, en Gaza. Los dos soldados israelíes entraron en un edificio, detuvieron al niño Mahed Rabah y le forzaron a que abriera unas bolsas sospechosas de contener explosivos. No había nada dentro de ellas. De una manera negligente, con todo, cuando una de las bolsas no pudo ser abierta, los soldados respondieron acribillándola a disparos. Por fortuna, no había nada en su interior, pues de no haber sido así, nadie habría quedado para contarlo. El niño regresó sano y salvo al seno de su familia, tras haber vivido una situación angustiosa y dramática. No nos imaginamos un comportamiento así si el niño fuese israelí. Con posterioridad, se les denunció y ambos fueron degradados y condenados por abuso de poder, según lo establecido por el Tribunal Supremo israelí. Pero, al final, se ha decidido exonerarles. No fue un caso aislado, existen otras treinta investigaciones abiertas sobre el proceder de las fuerzas armadas israelíes en la franja de Gaza en esta operación que tuvo como consecuencia la muerte de 1.400 palestinos y otros 5.000 heridos, en su mayoría civiles. Sin embargo, nos preocupa esta postura. La batalla que se sostiene contra los grupos integristas palestinos es una guerra sucia y, lo que es peor, indiscriminada (en una lógica absurda de que todo palestino es malo por naturaleza). No responde a lo que debería ser una lucha contra grupos terroristas, puesto que no todo palestino lo es. Y, con esta perspectiva, difícilmente se pueden encontrar puentes de entendimiento.

Aún recordamos las imágenes que se grabaron, y que dieron la vuelta al mundo hace varios años, de varios soldados israelíes quebrando con piedras los brazos de varios palestinos maniatados. Los hechos fueron grabados a plena luz del día. Desde entonces, se han tomado medidas mucho más serias en el seno de la cúpula militar para que estas torturas, este quebrantamiento total de los derechos humanos, no sea tan abusivo por su parte, para no manchar la imagen pública del país. Porque no responden a los métodos de actuación de un Estado democrático. Es evidente que no podemos olvidarnos de las declaraciones del que fuera presidente Bush al presentar sus memorias, el mismo que permitió abusos a los detenidos en Guantánamo y justificó la tortura para salvar al mundo de la amenaza terrorista. Pero no solo no lo salvó, es mucho decir, sino que espoleó la violencia por todas partes, incendiando Irak entero.

El uso de cualquier método de tortura, aparte de ser ilegal, es la base de toda injusticia. Y esa injusticia es la que propaga mayormente la fe en el fanatismo y en una resistencia enconada. ¿Qué sucedería si se diera la vuelta a la tortilla? Si una partida de Hamás detuviese a un niño judío para servirles de escudo humano, por ejemplo, ¿no saltarían todas las alarmas? Y, ¿si los soldados americanos capturados sufren torturas? ¿Acaso eso no impulsaría la decisión inquebrantable de acabar con el terrorismo costara lo que costase? Pero, ¿todo medio es loable para acabar con la base del terror? Si es así, ¿qué nos diferencia de ellos?

No vale decir que el otro es la encarnación del mal sino mostrar que nosotros seguimos unas reglas, que vivimos sujetos a ellas. El compromiso con la libertad y con los derechos de las personas, independientemente a su condición, nacionalidad o creencias, es la base fundamental de la sociedad cívica. Al contrario de lo que hacen aquellos que validan el utilizar cualquier medio a su alcance para alcanzar un fin. Ese mismo fin se pervierte si se consigue con medios ilícitos. Aunque se entiende que la lucha contra estos grupos no es sencilla, habitan en la sombra, ponen en peligro a las sociedades y, sobre todo, buscan hacer mucho daño, la labor de las fuerzas de seguridad del Estado ha de contemplarse bajo los ojos de esta tensión permanente. Pero quien no sirva para este menester, porque no soporta el estrés, y rompa las reglas marcadas, ha de ser excluido.

Si algo tenemos claro es que este conflicto entre israelíes y palestinos se ha visto agravado con el paso del tiempo ante esta falta de distinción entre palestinos moderados y violentos. Ha sido más fácil para Israel meterlos a todos en el mismo saco o actuar de manera arbitraria y aleatoria para granjearse el odio del resto de la población. En realidad, pocos esfuerzos se han hecho en reconducir la convivencia, en impulsar proyectos de diálogo y cohabitación, negándoles a los palestinos su derecho a ser y existir. Esto no ha evitado que, en casos muy concretos y, por desgracia, minoritarios, haya habido intelectuales israelíes y judíos que criticasen este tipo de políticas. Los matrimonios mixtos son vistos como una aberración, el intento por hacerse escuchar a través de un libro de historia comparada ha sido frenado, la violencia es la única política que se sigue, como si eso fuese el único lenguaje que conoce el ser humano para resolver sus diferencias. Triste perspectiva, sin duda.