Todos somos conscientes de la importancia de la I+D+i. Nos jugamos el futuro en ella, pero son parte de un gran conjunto. Es preciso enfatizar en la profunda necesidad de formación que prepare a nuestros jóvenes -y los que no lo son tanto- y de una reflexión colectiva sobre nuestro modelo económico. Desde la llamada crisis del petróleo de 1973 nos vimos ante un proceso de reconversión que en los más casos fue de crudo desmantelamiento.
Posteriormente, los fondos FEDER europeos y la mal llamada cultura del pelotazo generaron un optimismo falso. La burbuja tecnológica se pinchó en el 2000 y la nueva burbuja del ladrillo también se ha pinchado, a lo que se han sumado la carga hipotecaria de compradores, las dificultades gigantescas de promotores, el paso de la soltura presupuestaria a la deuda disparada de las administraciones públicas, el sistema financiero que apuntala a unos y otros hasta el límite de su capacidad de liquidez, que no llega a pequeños y medianos emprendedores, autónomos y las familias.
Desde las autoridades se escuchan recomendaciones a veces razonables, pero probablemente con la intención de que no se derrumbe el castillo de naipes de entidades cuya crisis no está claro si es de liquidez o solvencia. El Banco Central Europeo suaviza su ortodoxia de preservación de la estabilidad de precios evitando caídas a corto a la espera de una articulación de un sistema, que será controvertido, en que quienes no hagan los deberes lo pueden pasar mal.
Muchos están al borde del precipicio, otros con el paracaídas abierto y algunos, no pocos, ya han caído dramáticamente. Desde luego la tarea para mañana por la mañana es hacer los deberes bien hechos. Pero para la semana que viene hay que pensar muy seriamente de qué vamos a vivir: tenemos una población dinámica e imaginativa, tenemos entorno geográfico, cultura y gastronomía, tenemos campo -aunque bastante olvidado tras el furor de la industrialización-, tenemos empresas con una flexibilidad de transformación. Pero en un mundo global hemos de ser competitivos, haciendo mejor lo que sabemos hacer y explorando nuevos nichos de actividad. Y flexibles. Y ágiles. Porque ni éste es el único país en el que hay buena gente, un bello entorno, cultura y tradiciones. Y vivir con lo que tenemos. De lo contrario nos veremos con un retroceso de 50 años y una o varias generaciones perdidas.