el consumo se ha convertido en el corazón de nuestro sistema económico y las fechas navideñas son una oportunidad irrepetible para engordar los beneficios de las grandes empresas. Todo ello a costa de largas colas en los comercios, grandes multitudes, prisas y estrés por ver quién alcanza antes la supuesta felicidad que nos anticipan los mensajes publicitarios a diestro y siniestro. Olentzero, Melchor, Gaspar, Baltasar, el Amigo Invisible, Papá Noel... cada vez son más los supuestos transmisores de esta ansiada felicidad, aunque cada vez somos menos quienes al final de esta agotadora carrera navideña confesamos haber llegado felizmente a la meta.

La felicidad parece estar basada en el tanto tienes, tanto vales y se mide según la cantidad de productos de usar y tirar que poseamos. Nos cuentan que la única alternativa a esta crisis financiera es la de seguir consumiendo. No somos madres ni padres ni profesores ni agricultoras; somos sólo personas consumidoras con la única responsabilidad de seguir manteniendo en marcha el carro del consumismo.

Pero en Navidad también hay alternativas. Cada acto cotidiano, por insignificante que parezca, influye sobre la economía, los derechos humanos o el medio ambiente. También el consumo. ¿Por qué no reflexionar sobre nuestra forma de consumir? ¿Por qué no informarnos de lo que compramos? Un consumo responsable implica que, además de la calidad y el precio, valoremos también su impacto social y medioambiental. Es la clave para convertirnos en personas consumidoras con poder de decisión: podremos seleccionar los métodos productivos que aprobamos y los que condenamos, tendremos capacidad de condicionar la conducta de las empresas.

En la búsqueda de alternativas, el Comercio Justo aparece como una herramienta de transformación y construcción de otro modelo de mercado, centrado en las personas, que garantiza condiciones dignas para productoras y productores excluidos del comercio internacional tradicional.

Añade, además, valores éticos que abarcan aspectos ecológicos, sociales y de género. De hecho, el Comercio Justo beneficia cinco veces más a las personas productoras que el comercio tradicional.

Y sobre todo, antes de adquirir un producto, tengamos en cuenta que no sólo existe el verbo comprar. También es posible intercambiar, prestar, compartir, reutilizar. Quizá ya sea tiempo de salir de la rueda que nunca nos lleva a esa ansiada felicidad. Quizá ya sea hora de coger un atajo.

Nekane Azurmendi

Presidenta de Setem Hego Haizea