Si algo nos enseña esta crisis es que una cosa es el mundo real -y las situaciones jodidas de muchas familias reales- y otra diferente, la insondable virtualidad de la ingeniería financiera. Deben ser vasos comunicantes, pero el agua siempre se desborda por el mismo lado. Por aquello de fantasear con otra perspectiva, me envían por e-mail un relato, impecable desde el punto de vista técnico-financiero, en el que por una vez sale ganando la vida real. Cuenta cómo en un pequeño pueblo, desangelado y azotado también por la crisis, todos tienen deudas y viven a base de fiarse crédito. Un día llega un magnate ruso forrado que entra en el único hotelillo del lugar. Al tiempo que pone un billete de 100 euros sobre la mesa, se adelanta a echar un vistazo a las habitaciones. El encargado agarra el billete y sale corriendo a pagar su deuda con el carnicero, quien se apresura a saldar la suya con el criador de cerdos. A su vez, éste paga lo que le debe al molinero proveedor de alimentos para animales. El dueño del molino coge el billete al vuelo y corre a hacer cuentas con María, la prostituta a la que hace tiempo que no paga. Y ésta acude rauda al pequeño hotel que le da crédito para llevar a sus clientes y entrega el billete al dueño. En ese momento baja el ruso, al que no le ha convencido la habitación, recupera el billete y se va. Nadie ha ganado un céntimo, pero ahora el pueblo vive libre de deudas. El problema surge cuando la tortilla no termina de dar la vuelta y ese billete no regresa porque en la cadena lo intercepta, por ejemplo, un banco hipotecario. Pero ésa es otra historia.