Celebramos unos días en los que los tópicos en torno a la familia, a la mesa, a los regalos, a los cotillones y a las fiestas vuelven a sacarse del cajón, acompañados de programas especiales de Navidad, Nochevieja y resúmenes del año. Un año, por cierto, que arrancó con el terremoto de Haití y que más cerca, en nuestro día a día, se ha caracterizado por la situación de crisis en la que vivimos… ¿vivimos o viven algunos? ¿Somos conscientes o huimos de una realidad que nos asusta? Lo digo porque en los últimos días las grandes preocupaciones han sido si se van a prohibir o no las descargas de películas, música y otros entretenimientos que, hasta ahora, han sido gratis en la Red. Otro derecho que ha supuesto la declaración del estado de alerta es el de volar en avión, que parece tenemos todos. Más de 600.000 afectados, algunos de los cuales piden una media de unos 10.000 euros como compensación por los daños morales.
Preocupaciones que tienen dimensiones más locales como el futuro del Deportivo Alavés, la remodelación del Buesa Arena o la construcción de un auditorio. Temas todos ellos que forman parte de nuestro espacio social.
Todo esto convive con otros debates en torno a las cuestiones sociales, pero de menor intensidad a pesar de que generen mucho sufrimiento. Quizá haya dos claves que nos pueden ayudar a entender lo que está ocurriendo. La primera hace referencia a la dificultad para ver salida a esta situación de crisis. La segunda, a que esta crisis, como casi todas, afecta a un segmento de la población y con verdadera dureza a una parte muy pequeña que queda marginada, excluida, cuando no estigmatizada y condenada. Ésta sigue siendo una crisis de confianza. No sabemos qué hacer para poder salir de ella. Tenemos la sensación de que no nos cuentan todo. De que las cosas están peor de lo que dicen. De que vamos al sálvese quien pueda. En definitiva, nos estamos desmoralizando. Quienes tienen dificultades están en paro, no les llega para vivir y comienzan a sentirse solos, abandonados, aislados. Se culpabilizan de su mala suerte, de no haber sabido aprovechar sus oportunidades, de no ser como otros que tienen trabajo, ingresos y que disfrutan. Además, cada vez escuchan más que son unos vagos, unos defraudadores, que viven del cuento, que son insolidarios y que se aprovechan de las ayudas sociales. Hablamos de derechos, pero del derecho sin caridad surgen aberraciones. Ya decía Goya en sus Caprichos aquello de que "el sueño de la razón produce monstruos".
Un discurso perfectamente pertrechado para que nos lo creamos todos y no rechistemos cuando nos encontramos con políticas que ante el derecho a volar en avión decretan un estado de alarma, pero que ante el derecho constitucional a la vivienda dicen que es el mercado el que manda; que suprimen el impuesto de transmisiones y de patrimonio a la vez que suprimen las ayudas de 450 euros a los parados de larga duración; que sobre las pensiones nos dicen que quieren alargar el cómputo para reconocer el esfuerzo de nuestro trabajo, cuando ese reconocimiento supone una reducción en las cuantías a percibir. Eso sin contar que quienes toman la decisión sobre cuántos años tenemos que cotizar y a qué edad nos jubilamos tienen para sí decididas unas pensiones máximas con un esfuerzo mínimo, poco más que una legislatura parlamentaria. Ciertamente nos estamos desmoralizando.
La historia interminable de Michael Ende narra la fábula sobre un mundo que va desapareciendo por sus contornos y sólo se podría salvar si en el centro de aquel mundo se producía un cambio y el bien se imponía al mal. Como argumento, poco original, pero como ejemplo ilustra lo que nos está ocurriendo con el empleo. Desde la periferia, desde la deslocalización, se está destruyendo el empleo que ayuda al ser humano a realizarse y se está generando otro tipo de empleo que esclaviza a las personas aunque, eso sí, produce más barato. Si no somos capaces de encontrar el antídoto a esta situación, no podremos superar esta crisis ni sus consecuencias. Desde la tradición cristiana no podemos olvidar el relato de la liberación de Israel, donde el pueblo oprimido fue liberado por Dios. Hoy sigue habiendo entre nosotros quienes claman por su liberación.
Me voy a permitir pedir una gran coalición de Olentzero, Reyes Magos y Santa Claus para que se cambie la ley y los endeudados tengan futuro; que el beneficio se reparta generando empleo; que no compremos más barato si no se respeta al ser humano en el proceso producción. Eso es lo que pido para el año 2011.