El CIS es un organismo autónomo administrativo, que depende de presidencia del Gobierno español y tiene como finalidad el estudio científico de la sociedad española; para la mayoría de nosotros, el que hace las encuestas electorales.

Hasta ahora, las encuestas elaboradas se aproximaban mucho a los resultados y su prestigio con el tiempo fue calando en la sociedad, ya que sus datos eran respetados y esperados.

Como ejemplo, tomemos su encuesta de las últimas elecciones autonómicas vascas. El CIS pronosticó que el PSOE (26) y el PP (11-12), sumando, obtendrían 37-38 escaños y el resultado fue de 38 escaños. Pronosticó que el PNV (27-28), EA (3-4) y Aralar (3) obtendrían entre 33 y 35 escaños y obtuvieron 35 escaños.

Pero alguna encuesta realizada durante este verano no gustó y la directora fue destituida fulminantemente en septiembre. Se nombró a un nuevo director, le leyeron bien la cartilla de lo que no debía hacer y se enfrentó a su primera encuesta electoral... la catalana.

Desafiando a todas las encuestas publicadas que auguraban un claro triunfo de CIU, rozando la mayoría, y con una clara intencionalidad política, el CIS predijo un triunfo mínimo del tripartito sobre CIU.

Pronosticó que CIU obtendría 58 escaños y el tripartito de PSC (33), ERC (15-16) y ICV (11) que sumarían 59-60. La realidad, que no entiende de apaños partidarios, puso a todos en su sitio. CIU obtuvo 62 escaños y el tripartito de PSC (28), ERC (10) e ICV (10) obtuvo un total de 48 escaños.

El prestigio del CIS, cimentado a lo largo del tiempo en los resultados, queda bajo mínimos por lo abultado del error, quince escaños de diferencia, y por el tufillo partidista que desprendía la encuesta, única que vaticinaba que CIU no vencería al tripartito. La responsabilidad del fracaso no acarrea ningún cese y se diluye en el tiempo y, mientras, los estrategas socialistas seguirán maquinando los números cuando los datos no le sean favorables.

Todavía no se han enterado de que los números no se pueden manipular como las palabras y que representan siempre una cantidad y ese es su valor, como en el caso del descalabro de los índices de audiencia de ETB.