LOS largos y penosos años de sufrimiento, de lucha, de cárcel, también de esperanzas tantas veces frustradas por el inmovilismo político, no han roto ni vencido en personas y grupos la voluntad firme de encontrar una solución eficaz para la resolución del conflicto por caminos y medios auténticamente democráticos.
Fruto de esa constancia y de la honestidad de su intención perseverante están siendo los recientes documentos, declaraciones y movimientos de las bases sociales y políticas abertzales en estos últimos meses.
Cada vez hay más gente convencida de que estamos ante una nueva etapa de amplio alcance que abre perspectivas hasta hace poco tiempo cerradas y que incluso parecían inalcanzables. En este nuevo horizonte es imprescindible suprimir definitivamente confrontaciones violentas y amenazas de cualquier tipo; pero es preciso ir más allá. No podemos quedarnos en la paz pasiva que deja las causas de tan prolongado conflicto como estaban. Es necesario un proceso de creatividad, de pensamiento nuevo y de relaciones transformadoras.
Para ello hay que comenzar, en primer lugar, por la crítica radical de las ideologías que sustentan el conflicto y el enfrentamiento y mantienen estructuras de aparente democracia representativa en todos sus niveles. Un análisis sociopolítico y una valoración ética ponen en evidencia la negatividad de los procesos impuestos en la relación política y en la economía, con la consiguiente ausencia de respeto de derechos individuales y colectivos. En el actual modelo político globalizado es la ley de los más fuertes económicamente la que dicta y controla los estados que se imponen a los pueblos. Sus desastrosos resultados son de sobra conocidos y sufridos en las consecuencias de la crisis económica cuyas formas de control y rescate garantizan siempre el beneficio de los poderosos con el consiguiente sufrimiento, angustia y pobreza de la inmensa mayoría.
Ante esta situación insostenible, se requieren, por tanto, otras formas de participación que garanticen el ejercicio de una democracia creíble y ética que sólo será tal, cuando todas y todos sean escuchados (no sólo en las urnas) y puedan participar en propuestas y decisiones. Este nuevo estilo participativo exige otra manera de vernos, entendernos, comprendernos desde actitudes de respeto y mutua aceptación crítica y dialogante.
Diría que estamos ante un nuevo paradigma o modelo de amplio alcance. Es decir, de otro concepto de democracia, de sentido político, de renovación ética de las conciencias en personas y pueblos, de nuevas relaciones económicas, ecológicas, políticas, sociales, culturales, también religiosas, que realicen una globalización no guiada por los parámetros de la economía capitalista y sus intereses, sino por la ética de valores solidarios con los más marginados por el sistema actual. Y este proceso requiere, sin duda, la confluencia y esfuerzo compartido de todas y de todos. No pueden acapararlo y conducirlo los desprestigiados políticos y su despótico ejercicio del poder representativo.
En nuestro contexto es urgente encontrar nuevas formas y estructuras comunicativas y participativas a las que ciertamente no estamos habituados. Necesitamos una nueva cultura política y, por supuesto, marcos diferentes y bases constitucionales consensuadas ya que la actual constitución española -no aceptada en Euskal Herria- no garantiza la viabilidad de procesos donde se ejerzan, por ejemplo, el derecho a decidir, la autodeterminación, proyectos independentistas.
El Acuerdo de Gernika propone medios y caminos democráticos determinantes en términos de diálogo y negociación, de democracia participativa, de reconocimiento y reconciliación, de reparación para todas las víctimas, de respeto de los derechos de los presos y presas, de amnistía. Es necesario que la sociedad los conozca y asimile en su contenido ético y alcance político para llegar a encauzar definitivamente la democracia y la paz en Euskal Herria.
Dentro de este marco, la izquierda abertzale ha presentado en Iruñea propuestas audaces y resolutivas, firmes e inequívocas para quien quiera leerlas y entenderlas con objetividad, dejando claro que entrar en la legalidad política no implica acomodarse al statu quo constituido ni se limita a encontrar un espacio para figurar como partido legal, sino en ser germen de transformación. Y es aquí donde se juega el auténtico desafío para quienes buscan que Euskal Herria sea un pueblo libre y decida lo que desea ser y su relación con instancias estatales. Esta nueva etapa conduce a un ciclo cualitativamente diferente que será, si cabe, más exigente que el anterior, ya que se trata de construir, elaborar, desarrollar un proyecto diferente, auténticamente democrático, participativo.
Estamos, por tanto, ante un reto de regeneración democrática en grupos, partidos e instituciones. Una nueva lucha con medios estrictamente democráticos que supone en mujeres y hombres un esfuerzo renovado, un compromiso eficaz para lograr un tejido social, económico, político, ecológico desde la libertad y justicia. Este trabajo urgente en una sociedad tan desgastada y pasivizada, a la que se ha acostumbrado a delegar sus derechos como sujeto activo, necesita recuperar la decisión de su propio devenir.
También las mismas instancias religiosas que durante siglos se han plegado al poder y han sido con frecuencia sometedoras de conciencias, deberán -en especial la Iglesia católica vasca hoy- alentar procesos liberadores, comenzando por ellas mismas. Renovarse conforme a los signos de los "tiempos de esperanza para Euskal Herria", como propone el reciente documento de Comunidades Cristianas Populares, Herria 2000 Eliza y Coordinadora de Sacerdotes. Aceptar un diálogo respetuoso y maduro en una sociedad secular y laica. Ser colaboradoras en procesos de humanización, en la cercanía y solidaridad con todas las víctimas, en la denuncia y exigencia de tantos derechos conculcados, en la igualdad de mujeres y hombres.
El urgente y apremiante cambio de escenario tiene un profundo sentido político y ético, de transformación de valores, de finalidades desde un pensamiento plural que construya un mundo diferente y un pueblo libre. Asumir esta responsabilidad conjunta exige, sin duda, una reorganización y reestructuración política, social, cultural, educativa basada en el reconocimiento democrático del espacio vasco libre y soberano donde todas y todos, mujeres y hombres, ejerzamos nuestro derecho básico a ser sujetos de nuestro propio proceso, desde nuestra irrenunciable identidad como Euskal Herria.