UNO se imagina el mundo en sus inicios, y el de ahora se le viene encima. Se imagina algo limpio, un planeta tranquilo, avanzando por el cosmos a su ritmo, girando con el sol, y la luna con sus caras escondidas. Animales grandes y raros, especies vulgares y exóticas, y entre ellos el hombre. El único hombre libre que ha existido. Libre porque no conocía aún los prejuicios, ni los rencores guardados y transmitidos durante años y años. Libre de imposiciones absurdas ejercidas por otros hombres.
Nadie les dio ninguna creencia en la que creer. Ellos tuvieron la oportunidad de pensar y buscar por sí mismos, nadie forzaba sus mentes, no había caminos convenientes y trazados, ni experiencias transmitidas como dogmas obligados. Los Nehardhentales, los Sapiens, los Homínidos, que podían ser unos Martínez cualquiera.
Según nos cuenta la historia, en la tierra se produjeron varios cambios climáticos, que crearon espacios mas abiertos, hecho este que obligó a nuestros antepasados con mayúscula, a agruparse para ayudarse recíprocamente en la búsqueda de alimentos, la fabricación de herramientas, en la caza. Todo esto les creó la necesidad de comunicarse, ya no servía el simple grito para avisar de un peligro, apareciendo así las primeras relaciones de dependencia social.
Necesitaban reproducirse rápidamente, para lo cual fue necesario que la hembra dejase de invertir esfuerzos en otra cosa que no fuese procrear, si era posible dos niños a la vez, mucho mejor para la comunidad, para lo que dejó de cazar y de protegerse, tarea de la que se encargarán los machos. No concreta aquí la historia si fue entonces cuando adquirieron el derecho de pasearlas agarradas por los pelos. Si hubiesen sabido lo que iba a costar a las venideras, recuperar su dignidad y su existencia vital, seguramente se habrían negado.
El hombre comenzó a moverse geográficamente, es decir, empezó a colonizar, y aún no hemos parado. Pasaron de vivir en y de la tierra a intentar poseerla. A defenderse de los que se colocaban a su lado, por temor a ser dañados, y, para evitar sufrimientos innecesarios, mejor será si los echamos. Se disputaban los ríos dependiendo del lado por el que corrieran, se dibujaron líneas imaginarias para dividir las tierras, se levantaron cercas. Se conquistaron selvas, llanadas y hombres cogidos por sorpresa. Comenzó la evolución de la raza humana, ya no se mataban animales que les sirvieran de alimento, sino hermanos de raza a los que quitarles su casa, su tierra, su alimento y sus herramientas. Se dio rienda suelta a la avaricia, porqué conformarnos con este puñado de arena si podemos tenerla toda?. Conquistaban poblados, grandes y pequeños, dando paso a los reinos regidos por soberanos. ¿Pero de donde salieron y con qué derecho?, no éramos todos iguales y hermanos?.
La evolución de los hombres no paraba, e hicieron a otros hombres esclavos. Esclavos físicamente primero, y después de ideologías religiosas, sociales y políticas. Se crearon los patrones de conducta, las leyes justas o injustas. Nacieron los líderes, los dueños del cotarro, morían y se mataban hombres, por saciar sus avaricias, y llenar sus manos. Podíamos seguir hasta el infinito, este es un filón sin fin, pero sólo quiero llegar a decir que por mucho que nos engañemos, en este mundo tan moderno y tan avanzado, no existe ni un solo hombre libre. Todos tenemos patrones bien marcados, que nos tocaron en herencia. Peleamos por un Dios, una tierra, una idea o una lengua, si nos parásemos a pensar en qué queremos cada uno de nosotros en realidad, si pudiéramos salir por un instante de todos los manejos ajenos, ¿realmente estaríamos actuando como actuamos?
Creo que debemos pararnos a pensar, y mirarnos por dentro, escuchar lo que sólo nosotros podemos decirnos, hablarnos con honestidad, y luego decidir el camino. Tenemos una gran tarea por delante, difícil, dura, pero al final veremos que es la única forma de que por fin, un día de estos cualquiera, lleguemos a ser libres.
María Valenzuela
Vitoria-Gasteiz