durante el Medievo los templos eran levantados exclusivamente para mayor gloria in excelsis Deo y los artistas -es decir, las gentes del pueblo- debían evitar la soberbia y borrar su protagonismo en honor a la grandiosidad de la divina obra arquitectónica. Algunos maestros o artesanos, sin embargo, se resistían a tachar su firma de la historia y sorteaban el anonimato impuesto esculpiendo secretamente en su obra un pequeño detalle pagano -una rana, una flor de lis, una concha, un pez, un pequeño sello...- casi imperceptible, escondido entre el ornamento de un capitel, en la basa de una columna o entre los nervios de una bóveda a modo de rúbrica personal. La Catedral de Santa María está repleta de todas las huellas -palpables o inmateriales- que han ido dejando las gentes que hicieron suyo el templo levantado en la colina del antiguo poblado de Gasteiz. Desde hace más de 800 años, en nuestra Catedral vieja han ido dejando su obra, sus vivencias, sus sueños y hasta su alma decenas de generaciones de gasteiztarras de muy diferentes procedencias y religiones, de diversas ideas y clases sociales y de muy distintas formas de ver y vivir la ciudad. Y con todo este mosaico los vitorianos nos hemos reinventado nuestra propia Catedral. DNA les ofrece hoy un especial sobre el 10º Aniversario de la Fundación Santa María y basta con escuchar a los protagonistas de este suplemento o adentrarse en los laberintos de sus páginas centrales para mirar más allá de la piedra y descubrir las firmas secretas de la historia de nuestra ciudad y del alma de sus gentes.