NUNCA he logrado entender el motivo por el cual el dentista, su labor más habitual quiero decir, no entra en los servicios que cubre la sanidad pública. Sé que con estas líneas no voy a ampliar mi círculo de amistades, más bien al contrario, pero me importa un pimiento. Se supone que el trabajo de un médico es sanar al paciente y procurarle una vida mejor. Se supone también que tenemos que hacer caso a lo que nuestros doctores sabiamente nos aconsejan, que para eso tienen título. Si el médico de cabecera considera necesario que a un niño le coloquen una ortodoncia porque de lo contrario tendrá serios problemas en el futuro, ¿por qué demonios ese maldito aparato y tantas malditas visitas tienen que ser abonadas por el ciudadano? Esta reflexión, que no es nueva pero sigue escociendo, de la misma manera que escuece comprobar cómo la sanidad privada avanza al mismo tiempo que nuestros próceres dejan languidecer los servicios públicos que deberían mimar, finaliza con una corta historia de estos años de digitalización compulsiva y supuesto ahorro anejo. Les cuento: a una amiga le urge un arreglo en la boca, visita una de las numerosas clínicas dentales que hay en Vitoria, el doctor le aconseja que se realice una radiografía en cinemascope de las fauces y le dice que en Osakidetza son gratis (valen una pasta), la amiga se deja retratar boquiabierta en la sanidad pública, pide la radiografía para llevarla al dentista, ya no hay radiografía, hay imagen digitalizada, no se la quieren ceder, todo son pegas... ¿Es tan difícil? ¿Nos toman por tontos?