ENTRE los días 19 y 21 de este noviembre no ha sido Lisboa la Lisboa del Barrio Alto; ha sido otra, también en las alturas, la Lisboa de la cumbre. De la cumbre de la OTAN. La OTAN, esa organización que, nacida en un contexto históricamente por completo diferente al actual, pugna por actualizar formas, métodos y contenidos. Intenta ponerse al día (y ponernos de paso a todos firmes), intenta acomodar a los nuevos tiempos ese fino arte de la dominación que es la guerra, y que en última instancia consiste sencillamente en apilar el mayor número de cadáveres del enemigo con el mínimo coste, rápido y barato. Si, imperativo de estos tiempos, se le da al asunto un barniz de ética del todo a cien y se visten los intestinos de los bombardeados o los llantos de los sometidos con una fina mano de estética, de humanitarismo, todos tan contentos. O tan ignorantes, o tan dóciles o tan engañados.
Y nada de eso son las miles de personas que en estos días intentaban denunciar en la capital portuguesa el verdadero carácter de la NATO. Esa organización que se creó, en sentido estricto, para mantener a raya el comunismo, y que ahora se reubica en el planeta manteniendo también a raya a los pobres, se encuentren éstos en Somalia devorándose en una guerra civil para la que les vendemos las armas o celebrando una boda en Afganistán.
Por eso merecía la pena estar atentos a las calles de Lisboa en estas jornadas. Para comprobar que es posible denunciar este estado de cosas y para contrastar, también, el concepto de participación y de democracia que, como una mancha de aceite, se extiende por esta nuestra occidental y culta Europa. Y es que el Gobierno portugués ha calificado a los que cuestionan la OTAN, a su actividad y a su existencia como delincuentes, organizando un verdadero estado de sitio con suspensión incluida de las libertades y garantías existentes en las sociedades democráticas.
Poniendo en evidencia una vez más que nuestra democracia es de quita y pon, especialmente si la OTAN anda cerca, el Gobierno de Portugal ha resucitado las fronteras europeas con la suspensión temporal del Tratado de Schengen y ha comenzado la deportación de ciudadanos europeos que se habían desplazado hasta la cumbre para manifestarse frente a los responsables de tanto despropósito y tanta carnicería.
Obsérvese que no se deporta, ni se detiene, ni se vigila a los banqueros que han llevado a tantos países (Portugal incluido) al borde de la quiebra, y a sus ciudadanos y ciudadanas a soportar sobre sus exclusivas espaldas el peso de una crisis económica de la que no tienen ninguna culpa. Se deporta a activistas pacíficos no violentos considerados, literalmente, peligro para la seguridad pública.
¿Hay alguna grave amenaza sobre la nación portuguesa que pueda explicar tanta excepcionalidad marcial? La respuesta es negativa. La razón de estos procedimientos que están impidiendo la entrada al país a numerosos activistas antimilitaristas y pacifistas del Estado español y otros estados europeos es la de proteger la celebración de una cumbre de la OTAN en Lisboa. Que dicha cumbre transcurriera con tranquilidad y que no sean visibles las protestas ciudadanas en contra de este encuentro, así como de la misma existencia de la Alianza Atlántica.
Ésa es la única y exclusiva verdad. Ésa es la nueva Europa y así es como defiende, con uñas y dientes, a esa OTAN 3.0 (en expresión de Anders Fojh Rasmussen, su secretario general), que por mucho que se repiense a sí misma es lo que es: una coalición para matar, para defender privilegios prácticamente coloniales, para controlar el dominio económico de unas clases y países sobre otros, para controlar la soberanía política, energética y alimentaria de la mayoría del planeta. Todo eso y más se ventilaba en esta cumbre, cumbre que intenta consolidar con nuevas y viejas estrategias que unos estén en la cima y otros y otras -la inmensa mayoría- en el precipicio.