Veinte siglos después, seguimos creyendo en la buena noticia que nos trajo un tal Jesús de Nazaret, un pobre hombre condenado a muerte por los poderes fácticos de su época. La transmisión de su mensaje se la encargó a unos humildes pescadores, cuyo único capital era una barca para salir de pesca. Sí que parece un milagro que este evangelio haya llegado hasta nosotros. Para mí, esta es una de las consideraciones que hace razonable el creer. Sin embargo, la libertad, auténtico patrimonio del ser humano, es capaz de hacer de una maravilla algo monstruoso. Así se ve, desde un cristianismo de base, a la imperial Iglesia Católica Apostólica y Romana. Es increíble que quien se dice representante en la Tierra, del Jesús histórico, pueda ser considerado como el cuarto hombre con más poder en el mundo. (...) Ahora bien, más poder terrenal equivale a más lejanía del evangelio de Jesús, más soledad y más debilidad. Y no hay torre que resista sin una buena base. Llegará el momento en que, con caridad y amor, podamos desmontarla desde dentro, aprovechando cuanto de positivo ha habido en ella, a lo largo de los siglos.