EntrE los numerosos trabajos que existen, hay uno que de un tiempo a esta parte se ha convertido en el centro de las críticas de casi todos los ciudadanos: ser funcionario. Fíjense que he escrito "de un tiempo a esta parte" y tómense unos segundos para pensar, si es que disponen de ellos. Uno, dos y tres... Uno, dos y tres... Uno, dos y tres... Ya está, lo explicaré al final. Salvo que quien lea estas líneas forme parte del conjunto de trabajadores de alguna de las administraciones públicas, muchos de ustedes habrán oído y hasta comentado con sorna que el funcionario -así, en abstracto- se dedica a no trabajar, a chupar de la teta del dinero público y a molestar con reivindicaciones sindicales. De ahí que le resulte muy complicado al colectivo de trabajadores municipales hacer partícipe a la población gasteiztarra de la pelea que mantienen con el equipo de gobierno de Vitoria. Muchos ciudadanos ni siquiera se paran a pensar qué quieren, qué buscan, por qué se encierran, qué persiguen con estas movilizaciones. No importa el fondo, sino el envoltorio: son funcionarios, y ya tienen bastante premio por el hecho de serlo, es decir, un currelo para toda la vida. Bien, cualquiera de nosotros podría ser, o haber sido, trabajador municipal, lo malo es que es necesario estudiar, hacer un examen, aprobarlo...: hay que seguir esforzándose. Pero lo peor es que el propio sistema, de un tiempo a esta parte, se ha encargado de alimentar la mala fama de sus trabajadores; así, mientras los funcionarios pierden apoyo ciudadano, ganan las privatizaciones. Y así nos va.
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