Asemejanza de aquel antiguo bautista del río Jordán, creo que es mi sino clamar en el desierto, intentando, al parecer vanamente, llamar la atención de los sordos. Hace ya bastante tiempo que expliqué que chacolí es una palabra castellana; eso sí, derivada, evidentemente, del término vasco txakolin. Por eso denunciaba la grafía txakolí por errónea, pues hace creer a la gente que, en vasco, el nombre de ese vino se escribe y se pronuncia de ese modo. Como consecuencia de esa grafía confusa, no son pocas las faltas que han empezado a cometerse en vasco, ya que con frecuencia se pueden escuchar y leer cosas como: txakoli bat mesedez o txakoli dago, en lugar de baso bat txakolin o txakolina badago. Hace ya mucho tiempo que de la palabra vasca txakolin surgió la castellana chacolí, y que su uso está muy extendido por el norte de Burgos. Ante estos hechos, es justo que los castellanos quieran llamar así, en su idioma, a algo que siempre han conocido por ese nombre, y no encuentro razón para protestar por ello, aunque algunos de nuestros paisanos, por ignorancia, no lo sepan o no quieran reconocerlo.
A la hora de etiquetar su producto, los chacolineros vascos, con honrosas excepciones, han venido ignorando por completo nuestro idioma propio, el euskara, fuente y origen de la palabra, y en su lugar han preferido la forma española chacolí. Eso sí, disfrazándola con la hoja de parra de la grafía tx y k. Y el resultado es que los castellanos han reclamado, y con toda la razón, el derecho a utilizar una palabra que es perfectamente suya. Y si no, consulten los respectivos diccionarios.
Nada de esto hubiera ocurrido si los de casa hubiésemos promocionado la palabra verdaderamente vasca, txakolina, como parece que debería habernos dictado el sentido común y la cultura, ya que tratándose de un vino de Euskal Herria lo lógico hubiera sido denominarlo en vasco, como lo hacen habitualmente en sus idiomas los catalanes y gallegos. De haber actuado así, las provincias vecinas hoy no reclamarían el derecho a bautizar sus caldos como Burgosko txakolina o Santanderko txakolina, ya que tal palabra no existe en español. Pero, desgraciadamente, una vez más, para muchos de nuestros preclaros productores y empresarios, sencillamente, el euskara no existe en su práctica comercial o no es algo a tener en cuenta, a pesar de repetir tantas veces eso de nuestra tan amada, querida y venerada lengua propia y otras sensiblerías abertzaleras absolutamente inoperantes. (...) No se me ocurre cómo podemos pretender promocionar el uso del euskara en nuestra vida, en nuestra administración o en nuestra enseñanza si no nos sirve ni siquiera para etiquetar esos productos tan nuestros.