La publicidad busca al niño desesperadamente. El niño pide cosas vehementemente a sus padres. Y los progenitores les compran de todo. He aquí el triángulo de la actual sociedad del consumo infantil. El director del Centro de Investigaciones y Documentación sobre el Consumo en Francia afirma que los chiquillos, desde los 3 años, son consumidores directos y ordenan a sus padres lo que se debe comprar y, por otra parte, el Instituto del Niño Francés ha calculado que los niños gastan más de 3.800 millones de euros. Además determinan el 75% de las compras de cereales y el 73% de las de leche fermentada, el 72% de las actividades de ocio y el 43% del lugar donde se disfrutarán las vacaciones.
Los chavales al llegar al colegio empiezan a compararse con sus compañeros de pupitre. ¿Qué mochila cuelga a la espalda o qué camiseta y modelo de zapatillas deportivas lleva puestas? La espiral de la comparación y de los primeros brotes de envidia están servidos. Desea lo que tienen sus nuevos amigos, aunque lo suyo pueda ser más caro y de mejor calidad. Cuando sale del colegio empieza a pedir todos esos objetos de deseo. Y los progenitores harán todo lo posible por satisfacer los caprichos del rey de la casa. El niño pasa a ser un tirano sin piedad. Los padres y profesores deben saber que la felicidad está más en compartir que en poseer; más en ser que en tener; más en dar que en recibir; más en la austeridad que en el despilfarro. Entre todos debemos que educar a los niños en el consumo responsable. La publicidad dirigida a los niños debe estar cuidada hasta el último detalle. El público infantil es un público objetivo decisivo de la audiencia y su condición de ser indefenso ante los mensajes, hacen que la publicidad infantil deba estar tutelada por una regulación responsable.