Tengo una buena amiga que desde hace tiempo tiene a su otro hijo en el territorio ocupado del Sahara. Ha peleado, pelea ahora y peleará hasta el final por Said, que así se llama esa parte de ella. Quiero que me perdone por usar su ejemplo en un momento como éste porque invado su vida, pero me parece que es un vehículo idóneo para expresar lo que siento.
Mercedes está llorando desde que comenzó el extermino saharaui. Son lágrimas de dolor, saladas muestras de sufrimiento y desesperación por el temor que le provoca saber que su niño está en peligro, por tener la seguridad de que los asesinos a las órdenes del dictador Mohamed VI no van a desfallecer hasta que aniquilen al pueblo saharaui. Pero ella es valiente y decidida. Aun herida en lo más profundo no se ha estado quieta en su casa esperando acontecimientos. Transformando su miedo en rabia, se ha movilizado, protesta, eleva la voz y argumenta su lucha: o se detiene la ofensiva criminal elaborada por el Duce del Magreb o Said, como tantos otros, desaparecerá. Confía en que acorralando a nuestros políticos y exponiendo la vergüenza de su pasividad, algo se pueda salvar. Y lo va a intentar, porque ése es su deseo y su deber, y porque si no lo hiciese no sería justa.
Hay que manifestarse de sol a sol, no descansar en la demanda de libertad. Pelear con y por los que abandonamos miserablemente en 1975. Sólo de esta forma el Gobierno español se verá obligado a presionar a Marruecos, a tocarle el bolsillo al ladrón de Rabat forzándole de esta manera a desistir en la desigual guerra genocida que está llevando a cabo.
Pero no debemos olvidar una cosa: Marruecos quiere el conflicto, Marruecos quiere que el saharaui le tire piedras, Marruecos quiere que el Sahara se levante en armas. Lo quiere para poder justificar lo que ya ha empezado a cometer, los salvajes crímenes que esconde a los ojos del mundo. Por eso hay que andar con pies de plomo, porque el taimado Mohamed VI está esperando con sus garras para matar.
Debemos pelear junto a Mercedes y Said, que noten que no están solos, porque nuestra condición de sentir y querer como seres humanos nos obliga.