El Estado es laico, y todo lo que tiene que ver con su organización y acción política también. Es neutral desde el punto de vista de las religiones y las cosmovisiones. La sociedad civil es libre para ser lo quiera ser en su pluralidad de ideas e iniciativas -religiosas o no- siempre, claro está, con la persona en su centro. El debate libre de ideas y concepciones en la sociedad civil origina y potencia una moral civil compartida y necesaria, que no es de mínimos, sino de lo imprescindible para convivir democráticamente y con respeto de los derechos humanos por todos y en todos. Esta moral civil compartida inspira por los cauces democráticos las leyes comunes.
Todos somos sociedad civil. Las iglesias, también. Cualquiera en la sociedad civil tiene derecho a defender con sus razones éticas (y también religiosas, pero no en sustitución de aquéllas) que prefiere otra regulación de un derecho humano. El secreto es hacerlo democráticamente y apelar a razones inteligibles por todos. El cauce democrático dirá si es posible y cuándo. En situaciones particulares, con requisitos claros, surge el derecho a la objeción de conciencia.
Las religiones, como toda ideología que acepte el juego democrático, tienen derecho a una presencia pública en la vida civil y a desarrollar iniciativas en todos los sectores, como los demás ciudadanos. Es cuestión de someter sus iniciativas a la ley común y a los controles comunes, nada más. Como todos.
La idea de que la religión ha causado muchos problemas y hasta guerras y que su desaparición del espacio público es una medida democrática imprescindible resulta tan práctica como infundada. Hablo de razones democráticas, no del pragmatismo histórico. Este criterio valdría para anular cualquier sentimiento que nos dividiera, por ejemplo, la nación o el idioma. De hecho, el paradigma francés de laicidad absoluta del Estado y de la vida civil, además de no ser cierto en la práctica cotidiana, en cuanto a la vida civil se refiere es democráticamente muy cuestionable.
No veo las razones por las que la religión sea una realidad humana que no merece libertad igual de voz, presencia e iniciativa a las demás de la sociedad civil. Es lo que digan democráticamente sus ciudadanos, con respeto de los derechos humanos de todos. Ésta es la cuestión, y no la religión en el espacio público común de la sociedad civil.
Por tanto, el Estado es neutral ante la religión, como ante las demás cosmovisiones -religiosas o no-, pero no es neutro o indiferente, y menos todavía las combate, pues las respeta en el juego democrático y se nutre de sus aportaciones a través de la moral civil y, al cabo, a través del voto de sus ciudadanos. Este es el camino desde un punto de vista argumentativo y democrático, y otra cosa son las razones pragmáticas (evitarnos conflictos muy virulentos) o históricas (el catolicismo nos ha hecho mucho daño). Esto último es una experiencia personal o social que se puede discutir, pero aquí hablamos de derechos iguales y no veo por qué en la sociedad civil democrática, legítimamente plural, no cabría la expresión pública de la fe y de sus iniciativas. No lo entiendo.
De hecho, el aspecto menos coherente con la laicidad del Estado probablemente sea la financiación económica del clero (no me conviene decirlo) y no las actividades cívicas y sociales que la Iglesia ofrece conforme a las leyes democráticas comunes. Por ejemplo, el caso más difícil, no veo por qué la educación haya de ser pública en todos los supuestos. El Estado democrático pone unas reglas comunes, y debe mirar por los más débiles en ellas, y quien las cumpla, puede impulsar iniciativas educativas y culturales. Se trata de controlar bien este compromiso y de asegurar la igualdad de oportunidades en los ciudadanos. Pero éste es el problema, no la creatividad de la sociedad civil. Es una cuestión de respetar las reglas democráticas de todos por igual. Claro que veo dificultades graves en cuanto a esa igualdad de oportunidades, pero no más que en las leyes sobre la actividad bancaria, editorial, comercial o administrativa.
Laico es el Estado y toda la vida política que lo explicita; y libre, plural y democrática es la sociedad civil, con las religiones e iglesias en ella. Son dos cosas distintas que la democracia y la moral civil pueden cohonestar perfectamente. Nos falta práctica, pero este es otro problema.