Sigo leyendo a Saramago. No ha muerto. Me atrae su persona y miro con respeto su ideología. Pero, más que todo eso, la transparencia de una honradez inusual en estos tiempos de sequía crítica, la que impera en el pesebre del pensamiento uniformado: los que vivimos en este planeta somos seres racionales, o así nos llamamos. Pero no parece que lo que estamos haciendo tenga mucho que ver con la razón respetuosa con la vida y la dignidad. Recomiendo Saramago en sus palabras, editorial Alfaguara.
Denuncia el escritor que estamos rodeados, asediados por imágenes, que al mismo tiempo que sirven para decir "esto es la realidad" borran, precisamente la realidad; imágenes sin sentido, que nada tienen que ver con la vida, se interponen entre nosotros y lo real. Porque lo cierto es que la vida es eso que sucede mientras miramos a otra cosa. Vivimos distraídos. Por eso decía Camus que no deberíamos perder el tiempo buscando reglas, sino imágenes de lo humano que palpiten con el sentido de la vida. Están organizando el planeta para los ricos donde los pobres son no sólo el decorado sino la masa que, sin capacidad de respuesta, tiene que trabajar en las condiciones determinadas por el poder económico.
"Sin capacidad de respuesta", afirma el escritor. Yo creo, sin embargo, que la falta de medios de comunicación que afecta a la voz de los pobres es más coyuntural que estructural, pues la capacidad existe, esta ahí. Y el mismo José Saramago es un ejemplo de respuesta viva frente a un condicionamiento que promociona la respuesta muerta. Puro conductismo al revés, donde se constata cómo la integridad es capaz de frenar las programaciones sociales de los poderosos. Todo eso me suscita la persona de Saramago. Saramago sigue vivo. Y vivos todos los Saramagos que no obedecen la consigna deprimente de una sociedad que no sabe adónde va.