En plena crisis de las ideologías, el actor y productor francés Vincent Cassel ha afirmado que "si la izquierda y la derecha existieran, yo votaría". O sea, que no acude a las urnas porque está convencido de que actualmente no hay ideologías ni de derechas ni de izquierdas, por eso ha producido una película en que trabaja como protagonista -Notre jour viendra (Nuestro día vendrá)- que aborda en una sucinta reflexión esa crisis ideológica. Creo que tiene buena parte de razón en lo que dice, pero la solución a tal crisis no es el abandono, porque las derechas no están en crisis de ideas, toda vez que sus planteamientos siempre han estado basados en intereses eminentemente económicos.

Hay indicios más que flagrantes de que la crisis económica, caracterizada por el crecimiento del paro y el tambaleo del Estado de Bienestar, se va a traducir en la conformación de una sociedad miedosa y poco dispuesta a la solidaridad y la generosidad y, por ende, al debilitamiento de las izquierdas. Sin embargo, las derechas no van a sufrir idéntico grado de descrédito porque sus recetas son drásticas y escuetas y, lejos de pretender la consecución de sociedades justas e igualitarias, prefieren proteger a sus aventajados partidarios, dejando para los súbditos -es decir, para todos los demás- las migajas que caen de las mesas de sus epulones.

Todos los movimientos incitan a pensar así. No son gratuitas las actuaciones de Sarkozy expulsando a los pobres (extranjeros y gitanos también) de su país. No lo son las alocuciones pronunciadas por la alemana Merkel en relación a la inconveniencia de seguir potenciando la multiculturalidad en la sociedad alemana. Tampoco lo son los deseos del PP catalán que, con el ánimo de arañar unos votos, ha anunciado que propondrá impedir el empadronamiento a los inmigrantes sin papeles. Y, por fin, tampoco es gratuito que Esperanza Aguirre se sienta tan próxima a los principios que rigen el comportamiento del Tea Party, al que pertenecen buena parte de la fauna ultraconservadora del partido republicano de EEUU.

En este movimiento reaccionario del Tea Party aterrizan gentes de características muy peculiares, a los que poco les importan las ideologías -liberales siquiera- porque creen en un concepto de libertad poco generoso para los más humildes, a quienes reduce al mero papel de brazos productivos. Les mueven más los axiomas que los razonamientos, hasta el punto de que Obama es su bestia negra por "africano, por socialista y por musulmán". No dudan en afirmar que todos los pobres son unos vagos y que el calentamiento global es un mito porque la contaminación es señal de progreso. El Tea Party se muestra, además de grosero, desvergonzado. Sin embargo, sus miembros van ganando posiciones con rotundidad.

Ante este panorama, las izquierdas deben rearmarse de ideas, de tácticas y de estrategias. Aunque parece más que evidente que lo que ha fracasado ha sido el sistema capitalista de libre mercado, incapaz de generar y distribuir la suficiente riqueza para mantener unos niveles de inversión y consumo que permitieran retroalimentarle, las izquierdas asisten perplejas a la debacle que el poder mediático de las derechas presenta como irresoluble. Los empresarios se expresan con osadía -"la solución es ganar menos y trabajar más, ha dicho su presidente, el corrupto Díaz Ferrán- y nadie se ha atrevido a interferir en el interesado diagnóstico que nunca avisó de que seguir alimentando la burbuja inmobiliaria, que la economía hacía engordar hasta la extenuación, era tan perverso para el futuro de nuestros empleos y niveles de consumo, es decir para nuestro bienestar. El resultado final ha sido el aumento del número de pobres, la intensificación de la pobreza, la inseguridad de las condiciones de vida que redunda en falta de libertad y la crisis de los valores y principios que siempre caracterizaron a las izquierdas.

De ellos se benefician las derechas. También en España, donde militan apiladas en la misma formación, compartiendo pan y mantel, unos pocos centristas, algunos restos del liberalismo, la derecha pura y dura, los nostálgicos del franquismo, los homólogos de los friquis del Tea Party y la ultraderecha española tradicional.

Ante esto no caben las resignaciones. La rebeldía ha de llevar a la reflexión profunda y al no desistimiento. La crisis ha debilitado en exceso a las izquierdas, pero han sido las derechas las que la han provocado y alimentado, para asaltar el poder y convertir a los abnegados súbditos en esclavos de sus intereses particulares, de sus negocios y de sus carteras. Entonces, ¿quién se va a ocupar de los humildes?